Desde hace tres o cuatro semanas, no más tiempo, se nota la preocupación del Gobierno por la cuantía que va a alcanzar el déficit público. Hasta entonces, aumentar la deuda no suponía ni un pecado venial y lo peligroso era quedar cruzados de brazos. Además, en caso de duda, siempre quedaba el recurso de leer a Paul Krugman y se quitaban de golpe los remordimientos. La situación ha cambiado. Se prevé un déficit público del 9,5% para finales de este año, cuando hace dos años se terminó el ejercicio con 23.368 millones de euros de superávit. El cambio es tan enorme que el Gobierno asume que por primera vez va a disminuir la cuantía de los Presupuestos Generales del Estado para el año 2010, en espera de rebajar el déficit al 8,4%. Podía haber programado una subida generalizada de impuestos o la asunción de un mayor nivel de deuda para seguir acrecentando los números del Estado, pero entonces descubriríamos que si la microeconomía (empresas) destruye empleo, la macroeconomía hundiría el país, con todos nosotros dentro. En resumen, el Gobierno estudia la confección de unas cuentas, para 2010, que supongan un recorte del 4,5% sobre este ejercicio.
En Asturias pasará lo mismo. La caída de la recaudación fiscal, sobre todo en IVA pero también en IRPF, no permite seguir expandiendo el gasto. El Principado tendrá que recortar algunas partidas presupuestarias, y ahí habrá una interesante discusión en el seno del Gobierno y también con los agentes sociales. No digo que el debate alcance al PP, porque el partido de la oposición asturiano predica una doctrina fiscal singular, que consiste en pedir la bajada de los impuestos y la asunción de más gastos.
Después del verano, el Principado tendrá que coger las tijeras de podar y aplicarlas a algunas partidas del presupuesto. Ni IU ni los agentes sociales se lo van a poner fácil a Areces. Los grupos de izquierda piensan que todo se remedia subiendo los impuestos a los que más ganan, pero aunque se pusiera un gravamen espectacular a las rentas superiores a los 60.000 euros, como podría ser un tipo marginal del 60% o del 70%, el aumento de la recaudación sería mínimo, porque sólo un 3% de la población declara esos ingresos. La Hacienda de un país moderno no se rige por el patrón de Robin Hood. Es urgente un cambio de mentalidad.