Pedro Sanz, presidente autonómico de La Rioja, se suma al coro de voces que reivindica la figura de Álvarez-Cascos: «Tengo el mejor concepto de él como político y como persona; un hombre que no se puede desperdiciar». Las declaraciones del líder riojano coinciden con las ya expresadas por Esperanza Aguirre y Feijóo. El regreso a la política de Álvarez-Cascos no es un asunto que concierna sólo a la organización asturiana del PP, porque se ha convertido en un tema nacional para el partido. Presidentes autonómicos y alcaldes asturianos piden su vuelta, mientras que los dirigentes asturianos que tiraron la piedra esconden la mano. Están muditos.
La pelota está en el tejado de Mariano Rajoy, que amenaza con tomarse aún más tiempo para decidir quién será el candidato del PP a la Presidencia del Principado. Le va a ocurrir lo mismo que en la Comunidad Valenciana: cuanto más tiempo pase, menos margen le va a quedar para decidir. Prolongar la indefinición es síntoma de uno de estos dos defectos: falta de ideas o incapacidad para imponerlas. Es un tanto cómico que Rajoy sepa lo que hay que hacer en Afganistán, pero no sepa qué debe hacer su partido en Asturias. La cúpula directiva del PP lleva meses dando largas cuando se les pregunta por la candidatura asturiana, mientras militantes y votantes del partido ocupan los foros digitales con juicios rotundos sobre la figura del candidato.
Faltan nueve meses menos seis días para las elecciones autonómicas, y la imagen que proyectan el PSOE y el PP en Asturias no puede ser más diferente. El socialismo ha logrado hacer la transición entre un presidente saliente, que ha estado veinte años ganando elecciones, y el secretario general que ha pacificado la organización. Ni un mal gesto. No hay constancia de ningún dirigente o cuadro del partido que haya discrepado del cambio realizado. Sin embargo, en el PP, eterno partido de la oposición, el aparato del partido ha recurrido a la descalificación personal para evitar que el líder preferido por las bases y el electorado encabece la candidatura. Mucha capacidad para resistir, pero ninguna para proponer: ni un solo nombre. Lo mismo ocurre cuando toca explicar lo que se va a hacer. Javier Fernández habla de energía, industria o impuestos, mientras que los burócratas del aparato popular sólo saben jugar con la baraja de la candidatura.