Dos iniciativas, una de Ciudadanos sobre los principios constitucionales y otra del PP sobre la unidad de España, con la ofensiva independentista catalana como telón de fondo, han servido para evidenciar la falta de sentido nacional de la izquierda, un problema que no es asturiano, ni manchego ni vasco ni andaluz ni balear, sino de todas las regiones de España. Un auténtico drama que resta fuerza a nuestro país en los foros internacionales, pone a los gobiernos españoles a la defensiva ante los nacionalistas, y tiene una inequívoca sustancia patológica: si un ciudadano no reconoce su españolidad tras nacer y vivir cuarenta años en Gijón o en Gerona es que está en condiciones de levantarse cualquier día por la mañana y declararse Napoleón o caballo.
Fernando Lastra tachó de “ultranacionalista” la propuesta del PP. Que un español hable de la unidad de España es algo propio de extremistas, aunque si un francés o un italiano se declara ferviente partidario de la unidad de Francia o de Italia es un demócrata consecuente. Es más, si las apelaciones a la unidad y la exaltación de su tierra las realiza un ciudadano vasco, llegan los socialistas y le dan su apoyo para gobernar. Esto es lo que hizo, esta primavera, el PSOE de Pedro Sánchez con el PNV, que le prestó sus votos en todas las instituciones para que alcance el mayor poder que tuvo nunca en el País Vasco: copa el gobierno, las tres diputaciones y los ayuntamientos de las tres capitales. Lastra y Pedro Sánchez sintonizan, perfectamente, con la sensibilidad estándar del militante socialista, que en cuestiones de identificación territorial se limitan a “glayar” por la tierra chica. La base conceptual de esta doctrina la expuso, en el Senado, el filósofo José Luis Rodríguez Zapatero: “la nación es un concepto discutido y discutible”.
Emilio León (Podemos) habló en la misma clave que Lastra, al distinguir en la iniciativa del PP “el aire de trompeta cuartelera” y en la propuesta de Ciudadanos, el “apocalipsis secesionista”. Agitar las banderas autonómicas es un ejercicio de democracia y sacar la bandera nacional es recrear un golpe de Estado. Pero la intervención más desafortunada del debate fue la de Llamazares: “¿Qué dirían ustedes si el último día de la campaña en Asturias, el Parlamento catalán nos dijera que teníamos que liquidar el carbón?” Don Gaspar no se enteró de que la independencia de Cataluña lleva de la mano el cierre de los pozos.