La precampaña termina con un grave traspié de Pablo Casado, diciendo que si él gobierna el salario mínimo en 2020 estará en 850 euros, lo que supone una merma de 50 euros con respecto al actual. Tanta obsesión con denostar las disposiciones del Ejecutivo de Pedro Sánchez le llevó al candidato del PP a reivindicar un acuerdo consensuado por Mariano Rajoy con patronal y sindicatos, sin reparar en que por muy democráticas y participativas que hayan sido las formas empleadas por el expresidente del PP, no se puede jamás dar a entender que se va a rebajar el salario mínimo en vísperas de las elecciones. Cuando algunos partidos compiten demagógicamente por quién eleva más alto el salario mínimo (tras la subida del 23% del pasado diciembre), llega el joven Pablo Casado y propone una resta. Vista la onda expansiva de la noticia, llegó la cadena de rectificaciones que nunca sirve para dejar las cosas como si no se hubiera producido la equivocación.
La precampaña ha servido para mostrar estados de ánimo, evidenciar el nivel de demagogia y dejar al 38% del electorado indeciso. Unidas Podemos, es decir, Pablo Iglesias, asume el rol del ciclista descolgado del pelotón que pedalea fuerte para reintegrarse al grupo. El líder de Podemos recurre al argumentario de 2014, cuando entró por primera vez en una cámara representativa (Estrasburgo) por el método de proponer fuertes beneficios sociales que cargaba sobre la espalda de bancos y grandes empresas que, al parecer, acaparan recursos infinitos. ¿Morderá el anzuelo el electorado?
Por su parte el PP y Ciudadanos están ansiosos, porque han visto que los votos de ambos ahora se reparten entre tres con la mayoría de edad de Vox. Cuando la derecha sólo tenía al PP como partido representativo, ya le costaba alcanzar el gobierno –dos mandatos de Aznar y el primero de Rajoy–; posteriormente, cuando se incorporó Ciudadanos, Rajoy ganó los comicios perdiendo 63 escaños: de 186 a 123; ahora con la tripleta –PP, Ciudadanos, Vox– están condenados a pasar a la oposición por exceso de oferta. Santiago Abascal, el líder más oculto al público, está tranquilo porque sabe que le espera una cosecha de decenas de diputados. Pedro Sánchez mide todos los gestos al saberse ganador. Ahora bien, hay reglas no escritas de obligado cumplimiento: cara a cara televisivo con el líder de la oposición. González, Zapatero y Rajoy cumplieron con la norma. Sánchez debe salir de la zona de confort. No basta con besar a abuelos y nietos.