Pedro Sánchez ha aceptado participar en un debate televisado con los principales candidatos. Una disputa entre cinco. Todos son líderes de partidos parlamentarios con la excepción de Santiago Abascal. Para Vox, como para España, hay un antes y un después de la crisis catalana.
El presidente del Gobierno no opuso resistencia a incorporar a una fuerza extraparlamentaria al debate para volver a reeditar la imagen de la plaza de Colón, con Casado, Rivera y Abascal defendiendo tesis parecidas.
Seguro que Pablo Iglesias también sacará a relucir su mejor oratoria contra la amenaza de una triple derecha que se situará a extramuros de la democracia. Ya lo dijo Echenique, este es un país con tres partidos de extrema derecha. Conclusión: España es la única democracia que no tiene un partido de derechas convencional.
A base de esgrima ideológica se puede malgastar el pulso dialéctico sin entrar en los verdaderos problemas del país. Aún así, vale más un debate sesgado que todos los mítines de campaña juntos.
Los debates televisados son una exigencia en cualquier democracia. Forman parte del derecho a la información. Sin ellos, la campaña queda reducida a ruido y demagogia. Un circo.
Cara a cara
Por eso resulta descorazonador que Pedro Sánchez haya rechazado mantener un cara a cara con Pablo Casado. Cuando Sánchez era líder de la oposición tuvo la oportunidad de debatir con el presidente Rajoy, aunque las encuestas daban una clara victoria para el líder del PP, como acabó aconteciendo.
Sánchez sacó a Rajoy de sus casillas con la famosa frase, «usted no es decente», que sólo sería superada dos años más tarde, por la aún más conocida, «no es no». El denostado presidente, por sus apariciones en plasma, aceptó debatir con el candidato Rubalcaba en 2011, ante trece millones de españoles, y con Sánchez en 2015, ante diez millones de televidente.
Instalado en La Moncloa a través de una moción de censura, Sánchez se salta la norma de celebrar un debate electoral con el líder de la oposición. Nos hurta a los españoles la posibilidad de comprobar la consistencia de sus propuestas y análisis.
El presidente y su entorno habrán valorado que el cara a cara conlleva más riesgos que beneficios, y en ausencia de profundas convicciones se buscarán pretextos, como una agenda sobrecargada. O cualquier otra.
Nubarrones
Tal como van las cosas también nos ocultan el debate sobre los verdaderos problemas. A diferencia de lo que considera una mayoría social, los graves problemas en España no están relacionados directamente con la supuesta carestía de las tasas universitarias, ni con el copago farmacéutico, ni con la brecha salarial ni con los recortes del sector público. Estas son cuestiones que afectan a cientos de miles o, incluso, a millones de personas, pero no amenazan con hundir a España y romper la sociedad.
Los grandes nubarrones vienen por el lado de una deuda pública incontrolada, un sistema de pensiones insostenible y un mercado de trabajo raquítico, con un exceso de demanda estructural que genera subproductos como son los trabajos de cinco millones de españoles que están por debajo del salario mínimo. Eso sí que acaba con la clase media, colchón de todas las democracias.
Los que nos gobiernan creen que el último problema citado se soluciona a base de decretos ley. Así que no tenemos un déficit de productividad, sino de decretos. Van apañados.
Tras oír tantas monsergas sobre transparencia, participación o limpieza, es preciso señalar que la calidad de las democracias se mide por el nivel de demagogia. En una democracia avanzada, los problemas se abordan y la demagogia se penaliza.
Basta ya de contar mentiras sobre revalorizaciones continuas de pensiones sin exponer el factor de sostenibilidad que van a aplicar. Las verdades ahora, no después de cerrar las urnas.
Lo mismo ocurre con la deuda, a ver quién de los cinco ‘gallitos’ se atreve a clavar la mirada en la cámara y anunciar un plan extraordinario de reducción de la deuda, por el bien de nuestros hijos y nietos.
Prometer gastos sociales sin cuento y cargarlos en la cuenta de la deuda es disfrutar a costa de los que vienen detrás.
Asturias
En la Asturias del declive quiero destacar dos cosas surgidas estos días. Me alegra la euforia política y sindical por el plan de Hunosa, presentado como un revulsivo para las comarcas mineras. Lo que no nos dijeron firmantes y allegados es qué van a hacer para detener el anteproyecto de ley de Cambio Climático y Transición Energética, donde consta que el Estado no tendrá participación en empresas que incluyan la extracción de productos energéticos de origen fósil. Cuando el anteproyecto sea ley, el Estado (la SEPI), accionista universal de Hunosa, tendrá que salir de la compañía hullera. Que nos expliquen donde está el truco.
Por último, expreso mi pasmo por el plan de vías gijonés. Tanto encierro vecinal para presionar al Gobierno, y resulta que el retraso para firmar el convenio será por culpa del Principado, con tres informes de la Administración autonómica que no llegan. La suma de demagogos y burócratas nos hace la vida imposible.