El debate entre los cuatro líderes estuvo marcado por las estrategias de los equipos de campaña que cerraron la puerta a todo intento de improvisación. Pedro Sánchez se mostró contenido, a la expectativa, reiterativo en su base argumental que estuvo reducida a dos ejes: un canto a la justicia social y una constante apelación al miedo a las derechas, ante la posibilidad de que hubiera un gobierno en el que los ultras (Vox) estuvieran a los ‘mandos de la nave’. Por si alguien no le había entendido, acabó por nombrar a Abascal. Cualquier espectador habrá podido comprobar hasta qué punto se le vino abajo al presidente su plan ante los debates cuando la Junta Electoral Central impidió participar a Vox. Pablo Iglesias acudió al plató con la Constitución debajo del brazo, y se dedicó a leer artículos de la misma en gran parte de sus intervenciones. Se le vio moderado, pedagógico, moralizador, haciendo continuas reconvenciones a sus rivales sobre cómo había que intervenir. Una vez más los bancos estuvieron en la diana de Unidas Podemos, bien sea porque no pagan suficientes impuestos o porque todavía no han devuelto los 60.000 millones de euros que les prestaron los españoles. Las puertas giratorias, Villarejo y la corrupción formaron parte de la letanía de Iglesias. Pasado el ecuador del debate, hizo continuas llamadas a Pedro Sánchez para que se definiera sobre un pacto con Ciudadanos, sin que el presidente le sacara de la duda.
La estrella de la noche fue Albert Rivera. Fueron suyas las mejores intervenciones y las desarrolló de forma dinámica. Le tocó abrir la función y lo hizo con una intervención brillante y demoledora para el presidente del Gobierno, criticando sus manejos para eludir el encuentro, pidiendo la dimisión de Rosa María Mateo del ente público y sacando a relucir la ‘dedocracia’ para enchufar a su gente. Tras golpear a Sánchez, disputó los votos a Casado, descalificando la política económica de Montoro con los impuestos, y cerró su crítica con una frase lapidaria: «El milagro económico del PP está en la cárcel».
La cara de Pablo Casado era un poema. El líder del PP quedó en un segundo plano ante Rivera, y no alcanzó un tono alto hasta que tocó hablar de Cataluña. En ese momento, Pedro Sánchez llegó a estar sonado y como los boxeadores expertos entró en clinch: no paró de interrumpir a sus antagonistas de derechas. Resumen: gana Rivera, sube la derecha; pierden Sánchez e Iglesias, retrocede la izquierda. Hoy saldrán al ataque.