Como del resultado electoral se hablará durante semanas por su importancia intrínseca y por la influencia que tendrá en futuros acontecimientos, voy a tratar de centrar el análisis en lo ocurrido tras el recuento de votos por la enjundia que tiene.
Por primera vez en cuarenta y tres años de elecciones democráticas, el gran protagonista no es el ganador (PSOE), sino el más destacado de los perdedores (PP). Nunca había sucedido. El 28 de octubre de 1982, cuando la UCD pasó de 167 escaños a 11, sufriendo el mayor descalabro de la historia, el protagonismo fue para Felipe González y sus 202 diputados.
No se puede achacar el primer plano de Pablo Casado a una cierta rutina de victorias del PSOE, ya que los socialistas llevaban once años encadenando derrotas. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, era la primera vez que salía vencedor, razón de más para centrar el foco sobre él. No ha sido así.
Hasta el pésimo resultado de Unidas Podemos ha quedado opacado tras el funeral del PP. Digo funeral, porque la comparecencia de Casado, Egea y Suárez, en la noche electoral, tuvo una apariencia luctuosa inequívoca.
Casado
De inmediato se desataron las especulaciones y unos dicen que Pablo Casado está amortizado y habrá gestora en el corto plazo y otros, más catastrofistas, piensan que es el propio partido el que está finiquitado, y hablan de Ciudadanos como formación relevo que llevará la antorcha de la derecha en los próximos años. Hablemos de la derrota del PP para sacar conclusiones.
El tránsito del PP, desde el Olimpo de la mayoría absoluta de 186 escaños, en 2011, hasta la UVI en que está postrado tras el accidente dominical, se hizo en dos fases.
En las elecciones de 2015, los populares menguaron en 63 escaños con Rajoy de presidente-candidato. Habría que retrotraerse veintiséis años para encontrar un registro tan bajo. Con la economía creciendo es evidente que la corrupción fue quien podó los escaños del PP. Anteayer perdieron otros 71 diputados. La causa hay que buscarla en los nuevos episodios de corrupción y, sobre todo, en la gestión de la crisis catalana.
Ahora se llevan las manos a la cabeza porque solo obtuvieron un diputado (Cayetana Álvarez de Toledo) de los cuarenta y ocho que estaban en disputa en Cataluña, pero en las últimas elecciones catalanas (diciembre 2017) solo lograron cuatro escaños de ciento treinta y cinco que componen el Parlament. Dicho con otras palabras: el electorado ha ajustado cuentas con el ‘marianismo’. El descrédito del PP viene del pasado reciente
Vox
Es curioso, se culpa a Casado y, a la vez, se dice que el batacazo del PP fue por causa de Vox. ¿En qué quedamos?
Al parecer el problema de la derecha es que ha surgido un nuevo competidor. En 2015, la izquierda (PSOE e IU) vio cómo emergía Podemos y nadie dijo que fuera una locura tener tres marcas disputándose el mismo nicho de votos.
Cuando Pedro Sánchez giró hacia la izquierda para cortar la hemorragia de votos, a ningún observador se le ocurrió decir que tenía que haberse corrido hacia la derecha. Con la perspectiva que da el tiempo transcurrido es difícil criticar la estrategia de Sánchez a la hora de defender sus intereses y los del PSOE.
Vox se presentó a las elecciones de 2015 y 2016 sin que despertara desaprobaciones. Sólo cuando aumentó el interés entre la gente por el partido de Abascal cundió el malestar entre la derecha instalada. Es evidente que el protagonismo de Vox es una consecuencia de la crisis catalana.
¿Por qué a Ciudadanos no le ha afectado la presencia de Vox? Rivera voló los puentes que le unían al PSOE y, a la vez, ganó 25 escaños en el caladero de la derecha. La diferencia para el público entre el PP y Ciudadanos estriba en que éste último no tiene sobre su espalda la herencia del marianismo.
PSOE
Tras el recuento de votos, el PSOE está rebosante de salud. Sánchez ha encontrado la vía para invertir el declive. Su victoria tiene dimensión continental, ya que la socialdemocracia en Europa pierde elección tras elección desde 2005. Para salvar los muebles, unos han optado por la gran coalición (Alemania, Austria, Bélgica) y otro por el bloque de izquierdas (Portugal, Italia con Renzi, Francia con Hollande). Dos apaños. Sánchez, con un PSOE autónomo, se ha impuesto en toda España, con la excepción de las comunidades gobernadas por nacionalistas donde, por cierto, ha obtenido un buen resultado.
El secreto de su victoria estuvo en hacer una campaña fuertemente ideológica. Una argumentario válido para cualquier geografía. Hasta los viernes sociales venían envueltos en ideología. Vox y Abascal fueron claves para su relato. El fantasma de la extrema derecha llevó a las urnas a gente que se había pasado media vida sin votar. El PP no sabe de combates ideológicos, por eso cuando apareció Podemos no fueron capaces de sacar provecho de su antiliberalismo.
En Asturias, donde la ideología altera cualquier aritmética, el triunfo de la FSA fue completo, con la excepción de cinco pequeños municipios en los que votaron, en conjunto, 2.880 personas. En esos reductos, es probable que el PP vuelva a ser hegemónico en las elecciones autonómicas.