Antes de que hubieran transcurrido cuarenta y ocho horas del desastre electoral del PP, Pablo Casado se refirió a Vox como grupo de ultraderecha, y acusó a Santiago Abascal de haber vivido de chiringuitos. No especificó que se trataba de chiringuitos del PP madrileño. Marcar distancias con Vox se interpreta como un giro hacia el centro del que fuera durante muchos años el partido, por excelencia, de la derecha española. La reacción de Casado es la propia de animales políticos que tienen entre sus rasgos característicos un acusado instinto de supervivencia. Si los pesos pesados del PP, empezando por el discreto Núñez Feijóo, querían una rectificación de la línea política, el presidente del partido ya ha empezado a aplicarse en la tarea. Como Casado es un tipo sumamente sonriente y de suaves maneras, no tendrá ningún problema en comparecer en público como un centrista de toda la vida. Bien pensado, ahora me explico que hubiera llamado al hijo de Adolfo Suárez para tenerlo cerca de él en un trance tan delicado. Solo le falta empezar una intervención parlamentaria con el «puedo prometer y prometo» de Fernando Onega. Aunque la política de nuestros tiempos es imagen y tuit, habrá que escribir un día sobre políticas de derecha y de centro para evitar equívocos como convertir en derechista a alguien que combata a los enemigos de la Constitución en Cataluña y centrista a los que se sienten inspirados por la política de Iceta.