La campaña electoral hace un alto para honrar la memoria de Alfredo Pérez Rubalcaba, un hombre de Estado, con múltiples destrezas y competencias para encarar las grandes cuestiones de la España de su tiempo (Educación, terrorismo, sucesión en la Jefatura del Estado) con acierto. En una etapa política dominada por las fotos, los argumentarios y las frases felices de los líderes que surgen del ingenio de sus asesores, la brillantez de Rubalcaba lo convertía en una figura singular en el panorama político de nuestro país.
Hoy iba a escribir sobre el recetario fiscal con que encara el PP las elecciones autonómicas y la advertencia de Adrián Barbón llamando a mantener una presión fiscal que permita ofrecer unos servicios públicos de calidad. Un debate clásico y de importancia real, ya que afecta a las cuentas de las Administraciones y a la cartera de los ciudadanos. Una materia en la que es preciso hallar un equilibrio entre los bienes en juego, y donde se cuela con frecuencia la demagogia para banalizar la discusión. De la controversia surgen dos obligaciones: la derecha tiene que demostrar que siempre que se bajan los impuestos se recauda más (Rajoy fue un hereje) y la izquierda debe acreditar que no se puede recortar gasto público para justificar la imposibilidad de rebajar los tipos impositivos.
No obstante, la actualidad manda y los escarceos sobre fiscalidad palidecen ante la figura de Rubalcaba, un hombre a caballo entre generaciones, demasiado joven para la generación de González y con excesiva edad para la informalidad de Zapatero. Siete leyes de Educación se aprobaron en la democracia. Ninguna fue tan conocida, discutida e innovadora como la LOGSE, nacida de la cabeza de Rubalcaba. Tuvo críticas por tierra, mar y aire, y ahí sigue en pie la estructura educativa marcada en la LOGSE, con la enseñanza obligatoria prolongada hasta los 16 años.
La derrota de ETA fue posible gracias al trabajo colectivo de policías, jueces, fiscales, ministros, ciudadanos, etcétera. Pero el fin de la actividad terrorista fue fruto del buen hacer de Rubalcaba. No obstante, donde brilló a más altura Rubalcaba fue en su tarea de portavoz parlamentario en el primer mandato de Zapatero. Un gobierno en minoría que se mantuvo a flote por la capacidad de Rubalcaba para interpretar el arte de la geometría variable, ahormando mayorías parlamentarias distintas para cada asunto. Por desgracia, la muerte repentina impidió que transmitiera la fórmula del éxito.