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Juan Neira

LARGO DE CAFE

LOLA LUCIO O LA VOLUNTAD CREATIVA

Lo primero que me viene a la cabeza al pensar en Lola Lucio era su homérica fuerza de voluntad; la energía que desplegaba para alcanzar sus objetivos, que tenían siempre una dimensión colectiva. Una fuerza que le había llegado por vía paterna, de la que nos beneficiábamos todos, poniéndonos detrás de ella. Lola desbrozaba el camino.

Fruto de una educación clásica, en la vida de Lola había puntos de referencia fijos. Inamovibles. Uno de ellos era la familia, dedicando muchos años de su vida al cuidado de dos personas, primero de su madre y, luego, de su marido. Ese tipo de dedicación callada, que tiene un punto de heroicidad, se resume en una frase hecha: entrega en cuerpo y alma, elevando el cuidado de la ancianidad a la categoría de vocación, con su correspondiente cuota de renuncia y privación.

Lo que en otros hubiera sido un obstáculo para progresar, en el caso de Lola no fue impedimento para estudiar la carrera de Filosofía y Letras, presentarse, posteriormente, a las oposiciones para profesor de Enseñanza Media y dar clases de inglés y literatura a los alumnos. Uno de los secretos de su indesmayable energía residía en marcarse objetivos que le resultaban gozosos, despertando en ella vivos deseos de alcanzarlos. Así se hizo profesora y disfrutó con los alumnos.

Muchos años más tarde, ya jubilada, recordaba que el primer día de cada curso sufría, durante unos segundos, un ataque de pánico antes de cruzar el umbral del aula para verse ante decenas de adolescentes que la escrutaban con sus miradas. Superado el susto inicial, todo era, luego, placentero. Tengo un amigo, de más de cincuenta años, que aún recuerda hoy gratamente su etapa de alumno de Lola, en el Instituto Aramo, porque era «muy humana», «altruista», «muy optimista». Antes de que los gurús de la pedagogía revolucionaran la educación, Lola ya sabía que la literatura se enseña a los jóvenes desde la emoción.

Entre aulas, clases e institutos apareció Juan Benito Argüelles, cuando van escritos cuatro párrafos y Lola tiene ya una personalidad definida. No fue la gran mujer oculta que hay detrás de todo gran hombre, sino la mujer libre y realizada que quiso convivir con un hombre que había atracado en muchos puertos. Formaron una pareja sostenible porque tenían una edad en que hasta la locura se vuelve cuerda

Ambos, Lola y Juan, amueblaron su casa de fragmentos de cultura, para crear un ambiente propicio a poetas, pintores, novelistas, escultores o músicos. Una factoría de ideas que acercó las novedades culturales a la mesocracia ovetense. Debe reseñarse que el espacio cultural más amplio estaba reservado para la literatura, expresión artística que ellos cultivaban con diarios ejercicios de lectura matinal, vespertina y nocturna. No creo que haya sido una coincidencia inocente que los amigos íntimos de Juan Benito fueran Ángel González y Emilio Alarcos.

El amor por la literatura los llevó a crear, junto con otros ovetenses destacados, el Premio Tigre Juan. Se elegía la mejor novela inédita (no publicada). El galardón conllevaba el trabajo ingente de buscar entre textos heterogéneos la excelencia literaria. El motivo que los empujó a crear el premio se repetirá en el resto de iniciativas culturales protagonizadas por ellos: extender la cultura a la sociedad. Una causa que entronca con la historia de la ciudad.

Con la asociación Tribuna Ciudadana se perfecciona la ósmosis que pretenden entre cultura y sociedad. En 1980, la democracia transciende las instituciones y enriquece la sociedad, el momento adecuado para que triunfara una iniciativa así. En la creación cultural caben todas las ideologías, pero Lola y Juan no eran neutros. Eran personas de izquierdas sin militancia partidaria. Una izquierda que es preciso adjetivar, para diferenciarla de los modelos actuales de éxito; una izquierda liberal, sin líneas rojas, por extraño que parezca.

No necesitaron de grandes medios materiales para realizar sus objetivos. Un día compran una casa en un monte, tan implicada en el paisaje que la roca de la ladera hacía de pared del comedor. Allí, en el Valle de Dios (Valdediós), en plena ruralidad, crean un foco que irradia cultura. Fueron a ver al director de EL COMERCIO y de la entrevista salieron las ‘Conversaciones en Valdediós’, que se publicaban en estas páginas los domingos. Posteriormente crearon el Círculo Cultural de Valdediós, y las actividades se abrieron a más campos, con programa musical y viajes a entornos cargados de historia. El monasterio cisterciense de Santa María de Valdediós hace de ágora.

Empleé repetidamente el verbo crear y habría que reemplazarlo por construir. Las actividades culturales, como las casas o los puentes, se construyen. Ahí estaba Lola para hacer de todo. Llamaba a los conferenciantes, avisaba a los tertulianos, invitaba a los desconocidos, leía los libros para conceder los premios, convertía su casa en hotel para los forasteros. Desde finales de los años setenta del pasado siglo, Lola tiró de todas las actividades citadas. Sin ella, nada se hubiera hecho. En su persona coincidían el gusto por la cultura humanística y la eficacia de la empresa privada. Con Juan Benito formaba un tándem perfecto. Juan ejercía de líder: inteligente, viajado, culto, psicólogo de primera mirada, mascarón de proa de la nave. Lola hacía el resto. No lo había dicho, pero eran grandes interlocutores de todo tipo de personajes. Sabían estar a la altura de cualquier situación. En las postrimerías escribieron dos libros, ‘Doy mi palabra’ (Juan), ‘De tigres, tribunas y círculos’ (Lola), en los que tuve el honor de participar en las presentaciones. Juan narra lo que vive, Lola cuenta lo que hace. Cómo me cuesta acabar este artículo.

 

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por JUAN NEIRA

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