Terminó la campaña electoral con actos de todos los partidos. Antes de que los resultados copen los análisis, digamos algo sobre el trabajo realizado en búsqueda del voto. Cuando se llevan vistas muchas campañas se capta el conformismo que hay en la disputa del voto autonómico. Desde los primeros años ochenta del siglo pasado se fue consolidando un statu quo en la política regional que sólo rompieron la ilusión de Sergio Marqués en los comicios de 1995, ayudado por la estrategia de Anguita de distanciarse del PSOE, y el retorno de Cascos a la política asturiana en 2011. Fuera de esas dos citas predomina la estrategia de jugar a no perder, en vez de jugar a ganar. Los aficionados al fútbol entienden muy bien lo que quiero decir. Cuando todos juegan a no perder, los equilibrios políticos se perpetúan. En consonancia con la estrategia descrita, la campaña fue amable, con pequeñas pullas entre candidatos. No me refiero sólo a una cuestión de formas, sino de fondo. La reforma de la Administración quedó fuera del debate. Toda la política autonómica está condicionada por una Administración anquilosada e hipertrofiada. Los grandes problemas de gestión del Principado derivan de ese modelo de Administración. Nadie quiere hacer sangre. La amabilidad llegó hasta el punto de olvidar el principal debate político de la legislatura, suscitado en torno al modelo de oficialidad trilingüe. Un tema emocional que prefirieron orillar los que tenían más rédito electoral que sacar de él. Asombroso.

La campaña estuvo carente de imaginación. Ni en los carteles ni en los slogans ni en los mítines hubo el menor intento de creatividad, exceptuando un vídeo ingenioso que circula por ahí. Todo funciona como en el siglo XX, menos el público que lo sigue por internet. La rutina es la consigna. El precedente de la composición de las candidaturas ya indicaba que todo iba por el libro. Ni gente distinta ni ideas originales. Las doscientas o trescientas personas brillantes de la sociedad civil asturiana están al margen del tinglado.

Dejo para el final al gran protagonista de la campaña, hacedor de las propuestas de mayor impacto. Sus promesas serán las únicas que perdurarán en la memoria. Su método de anunciar una lluvia de millones cada semana rompe con el formato de las campañas. «Vamos a inyectar 580 millones de euros (silencio en el público) en mejorar los 13.000 centros de salud». Júbilo desbordado. Está prohibido inaugurar equipamientos, pero se puede poner dinero encima de la mesa.