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Juan Neira

LARGO DE CAFE

DEMONIOS FAMILIARES

La sentencia condenatoria del Tribunal Supremo al fiscal general del Estado estaba desde el principio del incidente (filtración de la nota de prensa que incluye entrecomillados de correos privados del abogado de González Amador) sobre la mesa. Era una posibilidad que con el paso del tiempo derivó en probabilidad, a ojos de profano, por los distintos accidentes y casualidades que se fueron hilando para que Álvaro García Ortiz saliera limpio de paja de la peripecia judicial.

Aunque la justicia se apoya en la objetividad y el contraste entre las conductas y el Código Penal, para un profano (no desdeñar esta figura ya que de ella se nutre el jurado que emite los veredictos) es importante el elemento subjetivo que se compone de muchos elementos, como es la firmeza en las declaraciones, las evasivas, las dudas, el miedo a responder y la gesticulación de los testigos. Por no citar un aspecto central en este juicio: los episodios de amnesia sobrevenidos.

Amnesia
Hubo testigos que en la etapa en que sucedió la filtración trabajaban en la Moncloa. Recordaban a la perfección la hora exacta en que habían hablado con fulanito o recibido el guasap de zutanita, pero no recordaban el medio de comunicación ni el nombre del periodista que le había enviado la imagen del correo clave.

Muy curiosas, igualmente, las penalidades de Juan Lobato, senador socialista, por haber tenido la caución de registrar en la notaría un mensaje de Pilar Sánchez Acera que incluía un pantallazo del correo electrónico del abogado de González Amador a la Fiscalía. La prueba del delito. Por esa actuación fue defenestrado del poder en el PSOE de la Comunidad de Madrid.

Dio la casualidad que Acera tuvo lagunas pasmosas en su memoria y que, como Álvaro García Ortiz, procedió a borrar todos los mensajes de su teléfono.

Qué casualidad.

Por último, para los que algún día, quizás lejano, hayan leído a Jaime Balmes, recordarán su argumentación sobre la certeza y la verdad. Los criterios de verdad son la conciencia, la evidencia y el sentido común. En el juicio oral quien mejor los encarnó, con gran distancia sobre el resto, fue la fiscal Almudena Lastra, que, sin decir buenos días, le espetó al fiscal general del Estado: «Has filtrado los correos», a lo qué él repuso: «Eso ahora no importa». La firmeza, claridad y rapidez de las respuestas, en contraste con las dubitaciones del resto o la manera de responder con el silencio, permiten conceder la certeza moral al testimonio de Almudena Lastra.

Justicia
Conocida la condena, empieza una nueva etapa en la legislatura que tiene como principal objetivo atacar a los magistrados del Tribunal Supremo, como paso previo para reformar la Ley Orgánica del Poder Judicial. Pablo Iglesias lo espetó sin tapujos: la reforma sería para «asaltar» el Tribunal Supremo y la judicatura. Pedro Sánchez guarda silencio, pero seguro que sus amígdalas cerebrales (órgano del miedo) liberan respuestas para proteger a sus familiares procesados. Así de grave es la actual situación política.

Si se transforma el Poder Judicial y se convierte en una extensión del Gobierno, la degradación institucional será imparable. No responderíamos a los estándares de la justicia europea, pero esa disonancia quedaría amortiguada ante la prioridad del rearme europeo y la necesidad de cerrar filas los veintisiete socios ante Rusia.

Hay que olvidarse de las prioridades partidarias y leer con urgencia la nueva coyuntura. Delante de nuestras narices hay algo más que una hipotética convocatoria anticipada de elecciones. Debe ponerse en el frontispicio del discurso político el respeto y apoyo a leyes y órganos que definen nuestro ordenamiento jurídico y político. El gran valor a difundir es la estabilidad y solidez del sistema político español. Hay mecanismos para evitar saltos en el vacío.

No caben sorpresas ni cambios anticonstitucionales apoyados en grupos que no llegan a los ocho escaños, repelen la Constitución y evitan nombrar a España. Es necesario que los parlamentos autonómicos se posicionen ante el mínimo intento de transgredir reglas e instituciones que llevan décadas funcionando. El único método para introducir cambios en el corazón del sistema es el consenso. Con él se fraguó nuestra alabada Transición democrática. El consenso nos trajo la Constitución con más apoyo popular de nuestra historia.

Felipe González
Hasta hoy, el político que mejor supo leer la delicada coyuntura que atraviesa España es Felipe González. En la ceremonia donde recibió el Toisón de Oro, de manos de Felipe VI, en un discurso de ocho minutos, pleno de lucidez, puso el dedo en la llaga; tras aclarar que nuestra gran cuestión histórica es la convivencia entre los españoles («nunca tuvimos problemas con España»), afirmó que «el cometido más importante que tenemos los españoles es preservar a toda costa la paz civil, un marco de convivencia pacífica, que sea libre y duradero. Eso es lo más transcendente para el bienestar colectivo».

Luego indicó los tres pilares en que se basa nuestra paz civil: libertad política, equidad social y diversidad cultural y territorial dentro de un proyecto común.

Un discurso en el que advierte a los españoles sobre el retorno de los demonios familiares. Un discurso de indiscutible raigambre ‘azañista’. Eco del famoso, «Paz, piedad, perdón». Deberían ponerlo como comentario de texto en la prueba de acceso a la Universidad.

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