Lograr la mayoría en el Parlamento Europeo no es algo que preocupe a los políticos españoles. La Cámara de Estrasburgo funciona por consenso entre los dos grandes bloques (liberal-conservadores y socialistas) y aunque en el futuro quede regida por un juego de mayorías no supone ninguna desgracia estar en el grupo minoritario, porque las decisiones europeas están muy condicionadas por los intereses de los estados, y ahí ni la ideología ni las siglas de los partidos cuentan nada. La falta de preocupación por la composición de la Eurocámara no ha sido óbice para que los líderes políticos, empezando por Zapatero y Rajoy, se emplearan a fondo en la campaña, recurriendo al intercambio de golpes bajos, como si les fuera el futuro político en ello. El afán por ganar y el miedo a perder es tan grande que resulta pertinente preguntarse por lo que se juegan los partidos españoles en las urnas europeas.
Rajoy
A los llamados ‘partidos de gobierno’ sólo les vale la victoria. Rajoy cuenta con ella desde que apeara a la izquierda del Gobierno en Galicia. La campaña del PP siguió el guión establecido en la contienda gallega. El avión del Ejército utilizado por Zapatero para acudir a los mítines le sirvió de argumento a Rajoy, al igual que el coche de Touriño y los muebles del despacho oficial fueron el hilo conductor de los discursos de Núñez Feijóo. La victoria en las elecciones europeas sería la señal de que el ciclo político ha pasado por un punto de inflexión, de las derrotas durante seis años a dos triunfos en un trimestre. La revancha de las elecciones generales. Una victoria en Europa dejaría anuladas las facturas del sastre de Camps. A medio plazo, y en función del desarrollo de la crisis económica, podría Rajoy barajar la presentación de una moción de censura apoyado por los nacionalismos moderados. Un horizonte positivo, pero con matices.
No todas las victorias le valen a Rajoy. Un triunfo aplastante en las urnas provocaría la euforia entre la militancia del PP, pero a Rajoy le acarrearía problemas. Con una victoria rotunda la figura de Mayor Oreja se agrandaría, y empezarían las comparaciones insidiosas entre el presidente del PP y el político vasco. De Rajoy se recordarían las derrotas en las dos elecciones generales (2004 y 2008) y a Mayor Oreja le quedaría reservada la gloria de haber infligido una paliza a los socialistas, como sólo supo hacer Aznar en el año 2000. La capacidad de desestabilizar a Rajoy proviene de esa fracción del partido añorante de los años de Aznar. Y, en términos políticos, Mayor Oreja es Aznar con barba. En resumen, que una gran victoria del PP sería el triunfo de Mayor Oreja, mientras que ganar por un margen comedido convierte a Rajoy en protagonista. No hace falta reflexionar sobre la tercera hipótesis: una derrota del PP en las urnas sería letal para el futuro político de su presidente. No hay un líder capaz de sobrevivir a tantos reveses. Por eso declaraba López Aguilar, con malicia, que lo que está en juego en las elecciones europeas no es el Gobierno de España, sino la oposición.
Zapatero
Una victoria del PSOE permitiría a Zapatero hacer la ola. A falta de razones concretas que justificasen el éxito, se abrirían paso dos hipótesis: «es un tipo con suerte», como de forma sibilina define Felipe González a su sucesor, o la teoría de la opción democrática que tanto gusta a los dirigentes socialistas encumbrados por Zapatero (Fernández de la Vega, Elena Salgado, José Blanco, Bibiana Aído), según la cual, la única alternativa moderna y respetuosa con la pluralidad de la sociedad española es la que representa el presidente del Gobierno, frente a la hosquedad casposa del PP. Algunas iniciativas legislativas, como la actual ley del aborto, tienen como finalidad última afincar este pensamiento en el cuerpo electoral. El éxito sería rentabilizado por Zapatero en relación directa a las proporciones de la victoria: a más papeletas, más poder.
Un fracaso en las elecciones europeas no provocaría ningún movimiento interno en el PSOE. La solidaridad en la derrota está asegurada. La explicación para el desafecto de la ciudadanía vendría dada por los efectos que produce la crisis económica, con cuatro millones de parados. El problema para Zapatero estaría en qué hacer tras la derrota.
La respuesta de un presidente tras un revés electoral es tópica: reordenación del gabinete. Zapatero ya quemó ese cartucho, procediendo a una amplia remodelación del Gobierno tras perder las elecciones gallegas. Más de un dirigente socialista le aconsejó que se reservara esa posibilidad para después de la cita europea, pero no le hizo caso.
Cayo Lara y Rosa Díez
Desde que se marchó Anguita, todas las elecciones en IU se viven en términos de vida o muerte, como si la supervivencia de la fuerza política estuviera en juego. En esta ocasión, el aspecto novedoso está en el estreno electoral de su nuevo coordinador general, Cayo Lara, que respaldó al candidato Willy Meyer en la ronda por las ciudades de España. Por primera vez en una década, Gaspar Llamazares no tuvo protagonismo electoral. Para IU cualquier mejora decimal en los resultados supone un respiro, así que la crisis económica puede darle una oportunidad para ello; pero también el más mínimo descenso puede cuestionar el liderazgo de Cayo Lara.
La cuarta opción nacional es UPyD, el partido de Rosa Díez, que está en fase de consolidación, tras el crecimiento observado en las elecciones vascas y gallegas (triple número de votos que en las elecciones generales). Es el único partido que presenta un intelectual como cabeza de candidatura, Sosa Wagner. Un personaje con gran prestigio en el mundo académico e intelectual, pero que no tiene claro si hay que subir o bajar impuestos, aunque UPyD todavía puede permitirse ese tipo de indefiniciones.