Fin de la crisis de los incendios. Más de semana y media sufriendo la zozobra del fuego, que brotaba por doquier, para llegar al final ansiado del monte sin llamas. El paisaje que dejan estos días es desolador: 14.000 hectáreas quemadas. La media anual de tierra quemada en Asturias, en los últimos cincuenta años, es de 11.000 hectáreas. A saber lo que nos aguardará el resto del año, cuando empiece la segunda temporada de más fuegos en nuestra región, que va de agosto a octubre, o esa primera quincena de diciembre en la que se producen, de media, el 12% de los incendios. El presente es desolador, con Valdés convertida en zona cero: la mitad del concejo tiene la tierra quemada. En el occidente el fenómeno de la despoblación alcanzó las cotas más altas de la región; también hay un mayor índice de envejecimiento y una menor actividad económica. El elemento más positivo son las explotaciones ganaderas, pero la devastación de estos días las deja muy afectadas.
Cuando ya acabó todo, brota el debate político. El silencio de estos días, la incapacidad para acercarse a los sitios más castigados por el fuego, resultó difícil de entender, pero bueno es que, al menos, se discuta ahora sobre lo sucedido. Diego Canga criticó el dinero que se ha dejado sin gastar en prevención de incendios y la falta de medios de los bomberos. Aunque sea una obviedad, reiteraré que cuantos más medios humanos y materiales se tengan, mejor. También criticó al presidente del Principado por criminalizar al mundo rural, «cuando es el primer interesado en que los montes abandonados por Barbón estén en buen estado».
Aborda el candidato del PP el aspecto más controvertido de la crisis de los incendios. No está solo Canga, el ministro Marlaska sentó en el banquillo de los acusados al cambio climático. El exceso de matorral, el abandono del campo, iniciado por sus naturales moradores, o las carencias de los equipos de extinción de incendios son elementos importantes a tener en cuenta, pero es hora de abandonar la actitud pasiva, titubeante, hacia los pirómanos, como si las llamas fueran una fatalidad.
Si un individuo incendia en Gijón o en Oviedo doce edificios en una noche provocando una tragedia, habrá que hablar del material de los bomberos, sobre todo si no estaban bien equipados para hacer frente a la tragedia, pero el foco de la atención estará en el criminal. La Policía hará controles en calles o visitará domicilios, sin que gijoneses u ovetenses nos sintamos señalados como presuntos sospechosos.