Adrián Barbón ha viajado a Cantabria para asistir a la apertura del Año Santo (jubilar) Lebaniego, acompañando a Revilla. El presidente asturiano dijo que comienza un trabajo centrado en el camino de los santuarios para poner en valor, Liébana y Covadonga. La idea puede ser interesante, aunque está claro que con el nexo de unión entre ambos el santuario que sale más beneficiado es el de Liébana: por cada español que sepa algo de Liébana, hay veinte que conocen Covadonga. No obstante, repito, la propuesta puede ser un acierto.
Lo que me llama poderosamente la atención es el contraste entre el proceder del presidente socialista asistiendo a una ceremonia religiosa, como es la apertura del Año Santo, y la doctrina de los socialistas gijoneses aprobando un reglamento de laicidad para el Ayuntamiento donde reza que ‘la Corporación no participará en ceremonias, ritos o actos religiosos’. Unos dejan de asistir a la bendición de las aguas, por parte de párroco de San Pedro, pese a estar a menos de cien metros del Consistorio, y otros viajan dos horas y media para participar en un acto de inequívoco sentido religioso. Vaya por delante que me parece mucho más natural, y menos impostada, la actitud de Barbón que la de los ediles gijoneses, pero el asunto no es quién tiene razón, sino la discrepancia radical en una cuestión de naturaleza ideológica. En ambos casos no se trata de decisiones personales ante una ceremonia religiosa, donde cada uno es muy libre de actuar como crea conveniente, sino de respuestas institucionales.
La presencia de Barbón en Liébana pone de relieve, una vez más, la gran afinidad que tiene con el presidente de Cantabria. La estrecha relación entre ambos responde a razones personales, pero tiene consecuencias políticas, como hemos visto según avanzaba el mandato. Algunas de las manifestaciones que hizo Barbón en Liébana son sorprendentes, por inusuales: «hemos tejido lazos de hermandad, que ya existían entre los pueblos, pero a nivel institucional son mucho más fuertes que nunca. Nos sentimos como hermanos, hay cariño personal que se traslada a los gobiernos». Me encanta Santander y Cantabria es la región que más se parece a Asturias, pero no había lazos de hermandad entre los pueblos. Primero fue la amistad de los presidentes, luego los acuerdos políticos y es probable que caminemos hacia la hermandad, porque como bien defiende Otero Novas, estamos en una época dionisiaca, donde el hombre vibra con ideales que transcienden a su individualidad.