Aquel 25 de agosto a mediodía, mientras caminaban pensativos por la Plaza del Parchís, Belarmino y Amador tras finalizar la redacción del decreto eran plenamente conscientes del significado de lo que estaban haciendo. Para los mineros y los trabajadores que desde el nacimiento habían tenido que vivir el día a día de la adversidades y encontrar soluciones inmediatas para sobrevivir, aquella declaración no era sino una más de las decisiones que habían tomado para aluchar por su vida, plenamente conscientes de que el camino era siempre hacia adelante.Por ello los trabajadores asturianos y leoneses no tuvieron los reparos de las clases medias o acomodadas.Pensaban que era lo necesario ante el arrinconamiento que sufrían.¿Cómo defenderse cuando estaban totalmente aislados del resto de del territorio republicano. Lo que había debía dedicarse a la defensa del territorio.La taarea para defender la Segunda República se concentraba en crear fortificaciones necesarias, mantener la moral de la tropa, preparar milicianos para la defensa y organizar el frente.
En aquella guerra, uno de los objetivos prioritarios de los bombardeos era aquel Consejo, que trataba a toda costa de defender la defensa de su sede o las oficinas alternativas a las que se desplazaban para tratar de evitar los ataques. Desde donde fuera ,el consejo promulgaba sin descanso normas que iban desde la atención a los niños hasta la construcción de las defensas contra la artillería.
Desde el 25 de agosto hasta el 20 de octubre de 1937, los pueblos asturianos y leoneses libraron la batalla finala por la Segunda República Española. Franco recrudeció entonces la ofensiva sobre Gijón y en todo el FRente Norte. Había llegado el momento del combate final.
Como una apisonadora, los 22,000 hombres del ejercito franquista del norte, avanzaron hacia Gijón. La aviación nazi contaba con las aeronaves de guerra en aquellos momentos capaces de lograr en breves ataques una destrucción inimaginable. El diario ABC recogía en su edición al día siguiente: ” en menos de una hora siete bombardeos redujeron a escombros medio centenar de edificios. Dañaron muchos más. Probablemente quienes estaban aquella mañana en Gijón, pudieron entender, acurrucados en sótanos y portales, que aquello era el fin del mundo”.
Y en mitad de aquel horror se encontraba ” el guaje” que había trabajado a los 8 años en la ampliación del puerto, impotente como el resto de la población de Gijón.Tenía 45 años y Pura su hija que trabajaba en la retaguardia 19 años.