(” Belarmino era feo, feo, pero tenía un “fiu”…….” comentaba a sus nietos Severina 20 años más tarde de morir el marido).
Aquel atardecer de septiembre de 1969 se encontraron de frente, inesperadamente en el corredor de la Universidad Iberoamericana en ciudad de México. Ella esperaba hablar por teléfono en aquella caseta y él iba a terminar de preparar los festejos del 200 aniversario de Beethoven. Aunque cada uno sabía del otro, era la primera vez que cruzaban sus miradas y sus palabras.
Tímido desde la infancia, apenas recuperada la autoestima después de la detención en Oviedo del Comisario Ramos y su expulsión de España, él se detuvo y le ofreció su teléfono como presidente de los estudiantes.Ella aceptó, sabía de él, y subieron a la primera planta donde estaban sus oficinas y, mientras ella hablaba, él la observaba.
Rubia, piel blanca con un cuerpo espléndido, ojos entre verdes y grises, elegante, Deborah era considerada en esa universidad de las hijas de las elites del país, como la más bella.Casada, con 24 años y un hijo, llegaba todos los días en las tardes a la Ibero y en el corredor, entre pastos verdes impecablemente cuidados, desde el estacionamiento hacia las aulas.Rafael desde que la vió le atrapó la belleza singular de aquella mujer.
Al terminar de hablar, regresaban hacia los jardines cuando él le dijo: ” Estoy triste” y ella, sin pensarlo, le dijo: “¿ Me invitas un café ?.
Desde ese instante pidió a otros miembros de su equipo que se hicieran cargo del concierto y lo disculparan ante el Rector Ernesto Meneses, de esa universidad de jesuitas, y ambos se fueron a la cafetería blanca, donde desde las seis de la tarde hasta las once de la noche que se cerraba, iniciaron sin saberlo, una relación que los marcaría a los dos los siguientes años.
Y surgió la magia para ambos. De inmediato conectaron.Surgieron las primeras palabras, las siguieron otras, hasta que llegó un momento en que podían no surgir, dando paso a silencios donde las miradas a los ojos de ambos, las substituían.
La vida de cada uno de ellos, la cultura, la música, la pintura, la historia, el país, la vida de ambos surgían suavemente entre ellos entre café y café., arropados por el verde de los jardines tras aquellos ventanales y de las flores, como un suspiro, hasta que viendo como se iba vaciando la cafetería y la propia universidad decidieron terminar.
Al terminar, Rafael le sugirió que la próxima cita fuera dos semanas más tarde a la misma hora. A ella le pareció bien y ambos caminaron hacia sus automóviles. Ella a recoger su Ford Match One del año que le había regalado su multimillonario marido.y Rafael su Volkswagen del año.
Caminando hacia su apartamento en la Campestre Churubusco Rafel iba con un sentimiento que ninguna mujer le había producido y algo similar le pasaría a ella, que iba a Lomas de Chapultepec a aquel lujoso edificio, la zona de las elites de la ciudad.
Algo mágico había surgido entre ella, separada de su marido y él soltero con 29 años; ella estudiante de Ciencias y Técnicas de la Información y el de Ciencias Políticas y Sociales.
Podían cruzarse varias veces y ninguna palabra, ningún gesto, hasta que llegaban los 15 días, pero ese día Deborah entraba por una puerta y Rafael por otra, se se sentaban, y de nuevo, la magia aparecía. Más cómplices, más amigos y con mayor confianza, sus vidas, sus inquietudes volvieron a surgir. Con mayor serenidad pero con mayor profundidad.
Sus vidas empezaron a fluir con más facilidad, sin darse cuenta que en cada reunión estaban sembrando una semilla, que era sólo de ellos dos, y que crecería conforme ambos la mantuvieran con sol y agua, agua y sol que surgían de cada cita.
Tras la tercera cita, con ese método, Rafael le sugirió que la siguiente fuese en Guadalajara, a 500 kms de ciudad de México, a las cinco de la tarde en la Catedral.. ¡Guadalajara!, ese era otro rollo, pero ella aceptó quince días más tarde, en la bellísima catedral de la segunda ciudad del país y la mas bella del paìs. Y dicho y hecho. A las 5 de la tarde, en aquella catedral,uno entraba por un portón, el otro por otro; se localizaban, se sentaban en la tranquilidad de la catedral, y ya no habia necesidad de palabras. Los 15 minutos todo se trasmitía a través de la piel de sus manos. De nuevo juntos.
En aquella tarde soleada en aquella plazas verdes, amplias, entre catedrales, universidad, lagos, y varios verdes, tomados de la mano caminaron horas.
Los mariachis todavía no tocaban.
Tras dos horas, se encaminaron al hotel colonial que él habia reservado, uno de los más bellos de la ciudad.Mientras subían sus equipajes a aquella recamara que compartían por primera vez, amplia, con balcones grandes, cortinas de los colores de la ciudad, una gran cama, con sábanas blancas impecables, y muebles coloniales ellos se fueron fueron a tomar sus primeros tequilas. El sonido de aquel mariachi de dos trompetas, los buenos, empezaron a percibirse.
Y, tequila tras tequila, sin palabras, con la piel y los ojos comunicándose, llegó el mole poblano, las tortillas, los frijoles, el buen vino, y durante un par de horas el mariachi complacía, sólo a ellos dos, con la canción que cada uno quisiera.Toda la mejor música del mariachi los acompañaba en aquel cena, donde tras el dulce típico de Jalisco y el cafecito de olla, ambos se encaminaron a su recámara que compartirán, con sus cuerpos bajo las finas y blancas sábanas..
En los meses, no sólo no se habían acostado, sino ni siquiera se habían besado.
Cuando, con la tenue luz de una lamparilla, sus cuerpos se encontraron.El placer se unió con el cariño que había surgido, pero aquella noche Rafael se dió cuenta que para tener el orgasmso había tenido que pensar en otra mujer, y cuando ambos terminaron con sus cuerpos sudorosos y abrazados, Deborah pensaba para si misma: ” Ni siquiera con Rafael he podido tener el orgasmo “.
Ambos no conocían en ese momento los estudios de Sigmund Freud, sobre cómo el hombre divide a la mujer en su inconsciente en dos figuras, la madre y la puta y la mujer a su vez, al padre y al cabrón.
Serían experiencias muy importantes.
Al día siguiente, al despedirse en el aeropuerto para regresar a México, decidieron que su próxima cita, dos semanas después sería en Palenque la gran ciudad maya, al sur a 1,000 kms. de la ciudad de México.