Vaya por delante que no estoy de acuerdo con la Ley de la Memoria Histórica. Me parece que, a la postre, reabre más heridas que cicatriza. Ahora bien, hay argumentos a la hora de criticarla que no se sostienen. Hay quien, por ejemplo, para oponerse al cambio de los nombres en las calles, invocan a la historia. Esto es, que una calle o plaza se llame Francisco Franco no debería alterarse, puesto que, a la sazón, son hechos históricos y los mismos deben ser recordados. Pues bien, yo pregunto, ¿cuántas calles existen en el mundo con el nombre de Adolf Hitler? ¿Cuántas plazas en Italia (o fuera de ella) llevan como nombre el de Benito Mussolini? ¿No se dedicó acaso la nueva Rusia a borrar todo lo que significó Stalin? ¿Queda quizá alguna huella de Chauchescu en Rumanía? ¿Les apetecería a los camboyanos tener una calle que se llamase Pol Pot? Creo que no debemos confundir la historia con la memoria y, sobre todo, con lo que conllevó ese periodo dentro de una sociedad. No toda la historia puede ser recordada de la misma manera y, el hecho en sí de darle nombre a una calle, significa también un reconocimiento hacia la misma que a veces no merece. Así que, ojo a navegantes, la historia no lo justifica todo.