La Navidad está llena de mensajes contradictorios. Formas de verla, digámoslo así, dispares y a veces chocantes. Hace poco podíamos ver a un obispo vasco (no recuerdo el nombre) señalando la ausencia de seres queridos en Nochebuena. Decía -y aquí comienza la polémica- que muchas familias vizcaínas sentirían la falta en la mesa de un ser querido por encontrarse éste en la cárcel (en clara referencia, claro está, a los presos de la banda ETA). Si bien antes había mencionado el dolor de la víctimas, yo pregunto, ¿es comparable acaso el sufrimiento de quienes saben que su ser querido está lejos con aquéllos que ya conocen que nunca volverá? ¿Puede acaso si quiera asimilarse su dolor? Por otra parte, un portavoz batasuno acusó al Gobierno de asesinar a un familiar de preso etarra que, desgraciadamente, murió en accidente de tráfico al ir a visitarlo. Bien, ¿puede equiparse un fatal accidente con la muerte de dos ciudadanos en el atentado de Barajas? ¿Puede compararse un coche y una carretera con una pistola en la nuca? Todas las ausencias, créame, no tienen el mismo valor.