El anuncio del IPC armonizado -el que se calcula siguiendo las normas europeas- es, sin duda, un mal dato. Piensen que de confirmarse el próximo día 15 estaremos en un 4,4 por ciento, lo cual, en la práctica, significa superar a la zona euro en un punto. Se justifica este mal comportamiento de los precios en dos factores: la subida de las materias primas junto con el petróleo. Y, efectivamente, así es. Estamos hablando de que, pese a que el consumo se recortó en más de un 11 por ciento durante el año pasado, la inflación sigue creciendo. Es decir, pese a que gastamos menos los precios no bajan porque su comportamiento depende de factores exógenos que el propio Gobierno no puede controlar. El recurso antiguo implicaba enfriar la economía a través de la subida de los tipos de interés (ahora lo hace el Banco Central Europeo), o, lógicamente, acudir a la política fiscal (dolorosa en épocas electorales y que se utiliza más bien para aliviar las economías familiares como en el caso de los 400 euros). Estamos, pues, ante un mal escenario macroeconómico para este principio de año. Un mal cóctel, en definitiva, de recorte de consumo e inflación a la vez. Pues bien, lo que no entiendo es por qué desde el propio Gobierno se dice que a partir de marzo todo va a cambiar. Aseguran que la tasa bajará al 3 por ciento y tendrá un comportamiento controlado. En fin, si estamos hablando de factores inflacionistas como el petróleo, ¿desde cuándo un país completamente dependiente en sus fuentes de energía del exterior puede influir en su precio? ¿Cómo se van a controlar las materias primas cuando hay una fuerte demanda de países en eclosión económica? ¿En qué se basan esas predicciones?