Si vieron la foto de familia del candidato popular al Congreso en Coaña junto con las juntas locales de Occidente, echarán en falta una cara: la del número dos en la lista. Isidro Fernández Rozada (llamémoslo a partir de ahora “el incrustado”) parece estar pagando el haber sido metido a calzador y no quieren contar mucho con él. En Benia, hace una semana y por un evento similar, no sólo no estuvo “el incrustado”, sino que también Gabino de Lorenzo pasó de la número tres (Pilar Pardo) y se juntó con afines de la política municipal, lo cual, ciertamente, produjo malestar entre los miembros de su lista. En Gijón, cuando presentó su candidatura, el sector crítico local (herida que no se cierra, herida que sangra), tuvo que escuchar como les recomendaba el grupo «Tarzan y su puta madre busca piso en Alcobendas». La reacción de estos, claro está, ya lo pueden leer hoy con «Saca el güisqui cheli» Y es que, para mí, la entrada de De Lorenzo en esta campaña ha sido como la que hicieron los primeros cruzados en Jerusalén: a golpe de cuchillo. Se ha propuesto revolucionar el partido o cambiarlo, pero, ojo, en plena contienda electoral. Tendría que diferenciar, a mí modo de ver, entre, su copiosa vida municipal y esta nueva etapa. La primera, o sea, la de ser candidato en unas municipales, se distingue por un control total y absoluto de toda la situación de manera personal. Es decir, el candidato es quien hace la lista, prepara la campaña, decide los debates, marca el ritmo sin contar con nadie… En cambio, cuando estamos hablando de algo superior, o sea, de unas elecciones generales, la cosa cambia. Hay que sumar sensibilidades de todos los lados aunque éstas, claro está, no gusten mucho. De momento, lo que estamos viendo es una campaña atípica: se habla más de problemas internos, de menosprecios y de divisiones que de propuestas. Pero, bueno, cuando se elige a pesos pesados para liderar candidaturas fuera de su ámbito, es lo que tiene: lo hacen «My way».