PARAÍSO RICO. A tenor de los últimos datos sobre el paro, parece que nuestra economía resiste a la crisis. Somos, después del País Vasco, la autonomía que más crece en cuanto empleo y eso, debido a las circunstancias por la que estamos pasando, es de valorar. Las razones para esta tendencia contraria podrían ser las siguientes. Primero, nuestra economía no ha sido tan dependiente de la construcción residencial como en otra zonas y segundo, está claro que todas aquéllas que tienen una estructura económica diferente, esto es, dependen algo más de la industria o de la agricultura como en Extremadura, lo pasan mejor. En nuestro caso yo añadiría una circunstancia más: somos una autonomía muy ligada a los presupuestos públicos. Las grandes obras que se están realizando en nuestra comunidad actúan como un auténtico colchón ante la propia crisis. Sólo con infraestructuras en marcha como El Musel, el nuevo hospital, la finalización de la autovía del Cantábrico y toda la trama ferroviaria pendiente de realizar; parece que el futuro puede ser algo mejor que el del resto del país. Ojo, pero no mucho.
Sorprende, por tanto, un reciente estudio de la Universidad donde se habla de sectores emergentes y de lo mucho que la iniciativa privada ha aportado en esta región gracias a la reconversión. Sinceramente, si de algo adolece nuestra economía es precisamente de eso: de la falta absoluta de una iniciativa privada potente como existe en otros lugares. Es más, el hueco que dejó atrás la obsoleta industria de los ochenta nunca fue rellenada por la misma, si no que, bien al contrario, tuvo que ser suplida por la ingente cantidad de fondos provenientes tanto de Europa como del propio Gobierno central. Estamos, pues, ante toda una contradicción que debería cuando menos explicarse dentro del propio estudio. Si tan bien llevada estuvo la reconversión, ¿por qué se jubiló a miles de trabajadores y no se les dio otro puesto de trabajo? ¿Por qué zonas como las Cuencas se fueron despoblando ante la falta de trabajo para quienes allí vivían?
PARAÍSO POBRE. Sin embargo, todo este discurso de una Asturias rica que quiere superar incluso a la propia España en cuanto a crecimiento y renta, parece venirse abajo cuando hablamos del Estatuto. Ahí, nuestros gobernantes se muestran timoratos y, cuando el tema a debate es sobre la financiación, no se cortan en reivindicarnos como una autonomía pobre. Es más, buscan hasta formar un frente común con otras que también conservan el mismo discurso para, cuando menos, presionar al Gobierno y respetar los mecanismos de equilibrio interterritoriales que tanto han contribuido a nuestro crecimiento. Si, como se dice en otros foros, somos una comunidad emergente que cada día va a más, ¿por qué no formar equipo con aquéllos que quieren depender más de sí mismos y menos de la redistribución externa de la riqueza? Parece, digo yo, un contrasentido que para ciertas cosas saquemos pecho y para otras no. Es, si quieren, parte de nuestro sino ya que, siempre, históricamente, preferimos que nos aportaran el dinero desde fuera antes que tener que buscarlo por nosotros mismos.
Y es que, vuelvo al principio, la economía asturiana no se puede entender de otra forma que no sea en relación a su dependencia de la ayuda ajena. Digan lo que digan los estudios universitarios en pocas ocasiones nos hemos sustraído a esta fórmula y, ya sea en los años sesenta y setenta con la gran empresa pública, o dentro de los años ochenta y noventa con la ingente cantidad de fondos empleados en la reconversión, o a base de grandes obras públicas como en la época más reciente; el motor de todos nuestros cambios ha sido exógeno. Y en lo que se refiere a nuestra financiación como comunidad, parece que las cosas van a seguir igual.