Soy de los que piensan que los congresos de los partidos deben de hacerlos las personas. Sí, las ideas también, pero sobre todo las personas. En este sentido, sin duda, lo que siempre se debe buscar son liderazgos. Es decir, los cuadros que impulsen a toda la organización durante los próximos años y marquen el camino. Teniendo en cuenta esta premisa, el debate de ideas o ponencias, para mí, pasa a un segundo plano. Por ejemplo. Cuando Felipe González propuso en un congreso del PSOE la renuncia al marxismo en el histórico congreso de Suresnes, lo que estaba afirmando en realidad era su liderato. Cuando Aznar hizo lo propio en otro con el famoso giro al centro, lo mismo. Ambos casos se sustentaron en su carisma y, por tanto, cualquier otra conclusión en un congreso que no sea una renovación, cambio o reafirmación de liderazgo es difícil de transmitir a la sociedad.

El congreso del PP que comienza este fin de semana, precisamente, adolece de estas cosas. Intentar vender un giro al centro pero con una persona al frente (Mariano Rajoy) que hizo exactamente una política diferente durante cuatro años, resulta complicado. Intentar reafirmar su liderazgo cuando éste ya se encuentra muy tocado por todas las disensiones que han tenido lugar, difícil. Transmitir que es un partido renovado aunque hoy probablemente conozcamos a su nuevo secretario general, casi imposible. Por tanto, ¿podemos entender que será útil este congreso de cara a la organización? Pues no, la verdad. Y casi deberíamos verlo como un tránsito, una fórmula de paso de cara a pacificar al partido sin aportar nada más.