En el debate sobre estado del municipio destacó la intervención de nuestra alcaldesa, Ana González. Ojo, no por la defensa de su gobierno como hubiese sido lo normal, sino por la situación que vive tras ser apartada de la reelección por su propio partido. Fue un alegato duro que incluyó una reflexión sobre la situación que vive la política en general. «Afanada», dijo, «en luchas internas y conspiraciones». La verdad, ninguna novedad. Exactamente lo mismo que desde los tiempos de la antigua Roma y así seguirá. También dijo que había sido víctima de «montajes, difamaciones y bulos que emplean como argumento el aspecto físico o el lugar de nacimiento». Pues bien, al amable lector de esta columna no se les escapa que hemos sido críticos con su gestión. Eso sí, jamás le echamos en cara que no hubiese nacido en Gijón, puesto que esto será algo habitual en muy pocas legislaturas. Es decir, algún día tendremos un alcalde o alcaldesa nacido en Tombuctú. Oigan, y no pasa nada. El declive demográfico y la migración harán que nuestro futuro primer edil no tenga por qué haber nacido en El Llano. En Londres, sin ir más lejos, llevan 6 años con uno de origen pakistaní y están encantados. Igual que sucede en otras muchas ciudades europeas. Por tanto, no creo que eso haya sido el principal motivo de su caída en desgracia. Tampoco su aspecto físico, puesto que no se trata de quién es el alcalde o alcaldesa más guapo. Que yo sepa, nunca tuvimos ningún modelo de belleza. Sinceramente, creo que desde un primer momento Ana González no entendió Gijón. O sea, nuestros símbolos, costumbres y lo que realmente nos importa. Intervenciones a las bravas como en El Muro y una política de movilidad descontrolada tuvieron más que ver. Eso de «esto lo cambio yo y ya os acostumbrareis» es una mala forma de hacer las cosas. He aquí, pues, la historia de un árbol caído, talado por quien lo plantó.

@balbuenajm