La última manifestación de la Asociación de las Víctimas del Terrorismo generó opiniones tan encontradas como sus propias cifras de participación (550.000 asistentes para la Comunidad de Madrid, apenas 76.000 para la Delegación del Gobierno). La polémica había comenzado ya cuando, desde el propio Partido Popular, se dio un apoyo contenido a la misma. Ninguno de sus líderes (el ex presidente Aznar o Mariano Rajoy) asistieron por cuestiones de agenda. Ahora bien, lo bueno sería preguntarse si, la manifestación en sí, era oportuna o no. Porque, la razón principal, no lo olviden, no sólo estaba en el apoyo a la víctimas, sino también en enfrentarse y desgastar al Gobierno. En este sentido, convendrán conmigo que la manifestación carecía de argumentos, puesto que, ahora, la política antiterrorista gubernamental ha variado profundamente. Desde el tormentoso proceso de paz y su ruptura, el Gobierno, se ha dedicado a perseguir a los terroristas con medios policiales, cosa que, como muchos ya sabíamos, está dando mejores resultados que cualquier tipo de negociación. Por tanto, con la presión policial y la cooperación con Francia en sus máximos niveles, parece cuando menos sorprende que se salga a la calle a protestar por hacer lo que siempre se pidió. Es más, al Ejecutivo se le puede recriminar los muchos errores del pasado y el tiempo perdido, pero no la política presente (que se puede mejorar, claro está). Con esta perspectiva, es decir, expectantes ante el nuevo escenario de cerco a la banda terrorista, salir de nuevo a manifestarse (y van siete) lo único que hace es restar credibilidad a la protesta. Cuando se abusa de un recurso, al final, la opinión pública y los propios participantes, se van desgastando poco a poco.