Vox implosionó. Eso lo sabíamos todos después de que su exconcejal, Oliver Suárez, hiciese declaraciones críticas hacia la formación. La cuestión era, pues, saber si lo echaban o se marchaba él. Fue lo segundo. Mientras se celebraba el último Pleno, mandaba un comunicado diciendo que se daba de baja y pasaba a tener la condición de no adscrito. Como digo, algo extraño en las formas, pero nada nuevo porque el camino de esta crisis en el gobierno municipal parecía marcado desde hace tiempo. En concreto, cuando la portavoz, Sara Álvarez Rouco, acabó con la paciencia de nuestra alcaldesa, Carmen Moriyón, a cuenta del Festival Internacional de Cine de Xixón (FICX). La oposición habla de «transfuguismo indecente» y maniobra orquestada. Es decir, que todo estaba preparado entre Foro y Suárez para que así sucediese. La verdad, sí parece que existe una cierta sintonía entre ambas partes, pero eso no quiere decir que se hubiese diseñado previamente. O sea, que exista algún incentivo hacia el presidente de Divertia para forzar los acontecimientos. De hecho, solo la impericia de Vox a la hora de gobernar ha sido la causa. Primero, pregonando esa persecución hacia el asturiano y segundo, intentado convertir el FICX en algo rancio. Seguramente, donde volverían a verse grandes éxitos como «Marcelino pan y vino». Miren ustedes, este tipo de cosas suceden en política. No es la primera vez que un cargo abandona su partido, ni será la última. El meollo está en saber si fue incentivado. Esto es, si hubo una especie de compra. Durante la aprobación de los presentes presupuestos del Principado, el PSOE obtuvo el sí de un diputado que habían expulsado de Ciudadanos, Armando Fernández Bartolomé. Entonces, ¿se negoció también con un tránsfuga? Nos gustará más o menos, será ético o no, pero la Ley está así. Resumiendo, al igual que dijo Jesucristo en el templo ante los escribas y fariseos: «El que esté sin pecado, que tire la primera piedra».

@balbuenajm