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Manuel Rosety

Sportingmania

Árbitros mallorquines

Acabo de enterarme del fallecimiento de Antonio Rigo, árbitro mallorquín que en la década de los años 70 hizo los mejores arbitrajes en El Molinón, lo que le valía casi cada año el silbato de oro, otorgado por la Peña Herrero I, y el cariño de la familia sportinguista. Tenía fama de ser casero, pero en los desplazamientos que arbitró al Sporting no se distinguió por ese estilo de arbitraje.

Por lo que pude seguirlo en los terrenos de juego, Rigo me pareció un colegiado honesto, cuya trayectoria se vio truncada por la ‘final de las botellas’, una final de Copa del Generalísimo, en 1968, que el Barcelona ganó al Real Madrid en el Santiago Bernabeu, en la que dejó sin señalar dos supuestos penaltis a Amancio y a Serena. El césped quedó cubierto por botellas que se lanzaron desde las gradas. De ahí el calificativo de la célebre final. Desde entonces, él pensó que la recusación del Real Madrid encontró la colaboración de otros siete clubes que hicieron lo propio, por ser afines a la entidad merengue. Tal vez sucedió porque Franco no era tan madridista como se decía. El caso es que para el Sporting fue un buen árbitro y, según me cuentan quienes lo conocieron, era una buena persona.

Siguiendo con colegiados mallorquines que se cruzaron en los destinos del Sporting, no puedo pasar por alto a Borras del Barrio y a Riera Morro. El primero es ahora dirigente. Fue presidente de la Federación Balear, es directivo de la Federación Española, colega de Maxi Martínez, y desde hace unas fechas figura como vicepresidente del Soledad, equipo mallorquín de Tercera División, ubicado en la localidad de Paguera, desde el que se dice que intentará recupera el cetro federativo balear. Que tenga mucha suerte.

Aunque no tanto como los sportinguistas cincuentones, Borrás del Barrio recuerda un partido que le fue asignado para arbitrar en Madrid, en el Santiago Bernabeu, en 1978. El bueno de Borrás recuerda el embarcazo que le dio uno de sus jueces auxiliares. En realidad emuló al extraordinario Tino Rodríguez, conocido con el apodo de Garrafón, fallecido recientemente, en un partido, también en el feudo blanco, con Acebal como árbitro. El asturiano, con una actuación descarada para el de casa, hizo famosa aquella frase de ‘Garrafón, date mus’, cuando iba a supuestamente consultar con su auxiliar una falta en contra del Málaga, protestada por los andaluces, ya que no hubo nada. Borrás estaba en el mismo nivel.

Me cuentan que hace sólo unas horas, el bueno de Borrás, con la imagen de bonachón que lo caracteriza, recordaba aquel partido que arbitró Pirri. El Sporting ganaba por 0-2 al cuarto de hora, con goles de Ferrero y Quini. Al Brujo le anularon el tercero, en pleno baile rojiblanco de Miera a Molowny. Llegó el empate, que estaba premeditado y hasta programado. Y Pirri, cómo no, marcó el triunfo merengue a cinco minutos del final. Con un poco de retraso, Borrás lo recuerda en petit comité. Algo es algo.

El tercero de la lista es Riera Morro. En 1982, cuando el Sporting luchaba por alejarse de la zona de descenso, visitó el Santiago Bernabeu. David adelantó al Sporting. Poco después se lesionó. El árbitro no le hizo caso, porque consideró que estaba perdiendo el tiempo, en la jugada en la que el Real Madrid se aprovechó para empatar por medio de Ito. El jugador gijonés que supuestamente perdía tiempo tenía una fractura de tibia. ¡Toma ya! Este caballero, además de mal árbitro, era un pelotas, un personaje servil. Fuera del campo era un individuo repugnante. Era difícil que no ganara el equipo de casa. Para que luego vengan los árbitros a presumir de independencia.

Y hablando de árbitros y de Baleares, en la actualidad todavía anda por ahí un tal Rodado. ¡Qué pena! Casi me quedo con Borrás, de la época del criticado Plaza, que no era peor, ni mucho menos, que la que lidera Sánchez Arminio, mi buen amigo Díaz Vega, López Nieto y Martín Navarrete, ex colegiados que eran unos fenómenos como árbitros, pero no saben mantener un nivel de arbitraje que merezca ser respetado. Sinceramente, me quedo con Plaza.

Por encima de todo y de todos, el señor de verdad fue Rigo, quien nos dejó en el pasado julio. Demostró que no todos los árbitros baleares fueron o son malos. Que Dios lo tenga en su gloria.

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El universo rojiblanco tal y como lo vive su principal cronista


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