Lo vivido en Riazor es de chapeau. Las aficiones del Deportivo y del Sporting dieron un ejemplo de cordialidad y deportividad en un partido que tuvo claro color rojiblanco. Salvo un demente con atuendo del Depor, que se lió a tirar botellas a aficionados del Sporting, no pasó nada. La carga policial tuvo su fundamento, pero la raíz fue blanquiazul.
Creo que habría que analizar qué equipo es capaz de arrastrar 5.000 aficionados a un partido de fútbol, en la octava jornada y cuando el objetivo es escapar de la quema de abajo. No creo que no haya entidad en el mundo tenga una afición similar. Ni parecida.
El partido fue redondo, porque, si ejemplar fue el comportamiento de la grada, el juego del equipo enmudeció a la afición de Riazor con un recital. Fueron tres goles, pero el mrcador pudo tener números de escándalo. Aranzubía evitó cinco goles cantados, en ocasiones en las que lo más fácil era que la jugada hubiera acabado en gol.
Colosal Barral, con acciones muy determinantes en momentos puntuales. Extraordinario Diego camacho. Excepcional Diego Castro. Resolutivo Carmelo. Cuéllar segurísimo. La defensa estuvo en un tono aceptable. Sólo faltan pequeños detalles.
Estamos de celebración y también de felicitación. Tanto la afición como el equipo se merecen un reconocimiento.
Pero, casi sin tiempo, hay que pensar en la Copa, competición de segundo rango, por muy bonita que se quiera pintar. Y, si miramos la clasificación, todo está muy apretado. El descenso está demasiado cerca y lo que queda todavía por disputarse. Hace falta seguir en esta línea.