En la vida de todo el mundo, el automóvil es una preocupación. Antes hablábamos de la sensibilidad de los corazones; ahora, de la marca de los carruajes que han comprado los seres que nos interesan”. (Wenceslao Fernández Flórez. “El hombre que compró un automóvil”.)
Como saben, el arriba firmante es un literato al que además le pagan por explicar la lengua de Cervantes en las aulas de secundaria de esta tierra llamada Asturias. Uno lo intenta, se lo aseguro. Y, por otro lado, confieso que me resulta muy difícil, por no decir imposible, asistir al espectáculo de nuestra vida pública prescindiendo de referencias literarias. Y es que uno lleva en vena lo leído. ¡Qué le vamos a hacer!
En el caso que aquí nos trae, escuchando al primer testigo que compareció ayer para hablar acerca de supuestas compras de coches para otras personas por parte de la empresa APSA, he de reconocer que, de inmediato, me vino a la mente una novela de Wenceslao Fernández Flórez que tiene por título “El hombre que compró un automóvil”. El citado libro es de 1932. Llovió mucho desde entonces, tanto en la Galicia natal del literato que nos ocupa como en esta Asturias a la que no sé bien si algunos, en cuanto a denominaciones, la quieren confundir, que no identificar, con Andorra.
Convendrán conmigo en que debemos reconocer que, en el caso judicial que nos convoca, no se sabe bien quién diablos compró algunos de los coches de marras, si la empresa que en aquel entonces trabajaba tanto y tanto para la Administración autonómica (Entre paréntesis: hablando de Andorra, iba a decir para el “Principado”), o si tal y como parece que sostiene don Arturo Verano, fue el propio interesado quien abonó el vehículo. ¡Qué lío!
Así pues, el busilis de la cuestión empezaría por saber quién compró el coche. Ésa sería la trama novelesca. Lo que ocurre es que el protagonismo no sería del coche, sino del comprador, o del acto mismo de la compra.
Miren, con su permiso, voy a reproducirles unas palabras del prólogo a la novela de la que vengo hablando, prólogo escrito por el propio narrador: “Hay automóviles cuya historia es más interesante que la de un hombre. Algunos amigos que os aburren hablándoos de su vulgar existencia, os distraerán si os refieren las excentricidades de su coche”.
Pero, ¡ay!, aquí las excentricidades son muy otras, son muy nuestras. Son del acto de compra, y de sus actores.
¿O no?