Según el principio de reciprocidad (que todavía funciona en nuestra sociedad, aunque haya bajado algunos enteros) se deben dar las gracias a quien nos hace algún favor bien porque lo pidamos o sin haberlo solicitado. Es lo menos que se debería hacer en justicia pero también porque, quien nos complace merece (y muchos necesitan) recibir el refuerzo o reconocimiento a su acción generosa. Ellos tienen su yo y todo yo necesita entre otras cosas satisfacer la necesidad que tiene de reconocimiento porque éste sustenta y eleva la autoestima y anima al mismo tiempo a seguir favoreciendo a otros seres humanos.
Casi somos más dados a dar las gracias a quien nos favorece pero no pertenece a nuestra red social o nuestro círculo, por una especie de compromiso hacia el extraño. Sin embargo parece que siendo de la familia o allegado el otro tiene la obligación de echarnos una mano y por ello tendemos a olvidarnos de expresarle nuestra gratitud sentidamente. Es un error, pues tanto merece nuestro agradecimiento el uno como el otro. La costumbre y rutina es la que hace olvidarnos de los nuestros y por eso no extraña que haya quien se sienta desolado por falta de respuesta una vez que el mismo o la misma se han volcado. “Muchas gracias” es una expresión que sienta a todo el mundo, como el sol sobre la piel en plena playa.
Relaja y nos anima y nos pone a favor de seguir ayudando cuando la ocasión así lo exige. Es una caricia psicológica y las caricias, ya sabemos, son buenos tranquilizantes y buenos lubricantes de nuestras relaciones. En realidad si quien debe dar gracias no las da o no las da con calor y con emoción, está ignorando la fuerza que eso tiene para él mismo, pues es como lanzar un bumerang, que siempre vuelve a quien lo lanza con aumentada fuerza.
Muchas gracias suena también como agradable música al oído y en lo que se refiere al pecho, a nuestro pecho, nos lo ensancha. ¿Lo has notado alguna vez en propia carne? Me pregunto por qué, siendo tan agradable y eficiente, se nos olvida tanto dar las gracias. Debe ser porque pensamos que en nuestras relaciones es obligado hacer favores. En absoluto es cierto. Por eso, amigo lector, me apetece y debo decirte “Muchas gracias por haberme leído hasta este instante”.
Y así cumplo con el principio de reciprocidad citado ya al comienzo.