No hace mucho viendo la televisión me llamó la atención y me agradó, por qué callarlo, que un joven apreguntas de un periodista dijese que estaba enamorado y su pareja también deél. Y concluía con un ¡me lo merezco! No trascendieron las razones pero tampoco era necesario. Se veía que aquel el hombre era más que consciente que el mérito era propio y lo reconocía con alborozo. ¿Por qué iba a quitarse esa medalla y por qué no reconocer el bienestar del que uno disfruta si no es a costa de arrebatárselo a los otros? No hace falta ir publicando a los cuatro vientos nuestras cualidades, nuestros logros y nuestros éxitos porque además de despertar envidia, en muchos casos puede causar rechazo la exhibición de una excesiva confianza en uno mismo y puede dar la sensación de una falsa inmodestia. El exceso de autocomplacencia no es general, en todo caso y ciertamente cuando lo vemos, lejos de producir admiración nos provoca rechazo. En el extremo opuesto se sitúan todos aquellos que teniendo motivos para mostrar sus cualidades optan por tender a ocultarlas e incluso si alguien les aborda y les habla de ellas o les pregunta por sus logros suelen sentir sonrojo y rápidamente tratan de quitar importancia y minimizarlos para hablar de otros temas porque se encuentran incómodos , turbados o azorados. Es como si les pusiesen en un aprieto al hablar bien de ellos. Esto es lo que hace la mayoría porque confunden reconocer sus méritos con presumir de ellos aunque a lo que se limiten sea a contestar a una pregunta y responder a una evidencia.
Hay sin embargo una minoría que no tiene ningún inconveniente en reconocer cuando se les pregunta o cuando es apropiado, decir la verdad, mostrar sus cualidades y lo hacen con naturalidad. ¿Por qué habían de ocultarlo, me pregunto, si esa es la verdad? Por qué no reconocer ellos mismos sus méritos, si son cosecha propia y a nadie se los han arrebatado? ¿Dónde puede residir la explicación a esos comportamientos de ocultación y azoramiento? En que algunos confunden presumir de si mismos con decir la verdad. Otras veces la tendencia a no exhibirlos suele ir acompañada de un nivel de autoestima no suficientemente desarrollado. Y otras es que hay personas que tienden a atribuir sus éxitos más que a su propio esfuerzo, aunque reconozcan su trabajo, a la suerte o a circunstancias favorables externas. En todo caso es una pena que así ocurra. Por tanto hay que reconocerlo cuando somos los artífices de nuestro bienestar y nos lo merecemos. Pasarse no parece oportuno pero quedarse corto, es una pena.