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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

El día en el que el Café Dindurra dijo su adiós

No tardó en cubrir mi frente una nube de melancolía, pero de aquellas melancolías de que sólo un liberal español en estas circunstancias pueda formar una idea aproximada» (Larra).

 

Entre Trubia y Oviedo, a la salida de un túnel de la inconclusa autovía de la Espina, el arco iris compareció instantáneamente, efímera alegría en una jornada plúmbea. Tarde fría y lluviosa, la del día en que se cerró el Café Dindurra. Al llegar a Gijón, ¿cómo no recordar a Jovellanos que tantas veces habrá sentido en su frente la nube de melancolía de la que habló Larra, adelantándose a los liberales que durante casi todo el siglo XIX y primeras décadas del XX hicieron de su vida un insobornable e irrenunciable empeño por un país más justo y menos desigual, más culto y menos fragmentado socialmente? Empeño que nada tiene que ver con algunos de los que ahora se proclaman liberales y que, sin embargo, son herederos del absolutismo y las cadenas.
Confieso que me invadió la melancolía, vivencia agridulce recordando lo mucho que disfruté en el viejo Café. Allí, la imaginación se ponía en marcha, pues el marco y el cuadro resultaban pintiparados para ello. No pude dejar de preguntarme si ese cierre era un mensaje más que daba cuenta del fin de una época en la que establecimientos del empaque del Dindurra tuvieron un protagonismo en la vida social y literaria que iba mucho más del ocio, o, en todo caso, que allí el ocio, como en la Grecia clásica, tuvo una fecundidad asombrosa. Es insoslayable que en la intrahistoria contemporánea de Gijón el Dindurra ocupa un lugar privilegiado.
No deja de ser llamativo que tan infortunado lance hubiese tenido lugar en uno de esos frecuentes días en los que el clima convierte el paisaje astur, tanto urbano como rural, en escenario de ensimismamiento y melancolía, cuando la tristeza nos busca huyendo acaso de su tremenda soledad.
Por su parte, la vida pública asturiana tampoco imprimía mayor velocidad a las nubes viajeras para que dejasen espacio a claridades y certezas. Rotas, al menos, de momento, las negociaciones sobre el presupuesto para 2014 entre el Gobierno autonómico y uno de sus aliados, nos encontramos ante una encrucijada en la que no es fácil atisbar salida.
Y es en semejantes situaciones cuando necesitamos tocar algo firme para no perdernos en ingravideces melancólicas. Cerramos los ojos y no podemos no imaginarnos a Jovellanos frente a su mar Cantábrico y también frente al mar que tenía en su confinamiento en Bellver, implorando las luces de la clarividencia.
De regreso a Lanio, ya de anochecida, persistente lluvia y el verde del paisaje se volvía grisáceo y fantasmagórico. ¿Saludaba la tristeza a la tarde, o la tarde a la tristeza? Tersa, pasajera y silente tristeza que, sin embargo, nunca silenciará el bullicio que hubo en el Café Dindurra. Allí, como en el inolvidable verso de Blas de Otero, siempre quedará la palabra, la luminosa palabra que a menudo acierta y da esplendor.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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