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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Aquel día de diciembre oscuro y viejo (Recordatorio de un magnicidio)

“El hombre es una nube de la que el sueño es viento”. (Luis Cernuda).

Creo que aquel día en el que mataron a Carrero Blanco no llovió en Oviedo, pero sí que tengo la certeza de que fue viejo, oscuro y frío. Y es muchos de nosotros aún no habíamos cumplido los diecisiete años en aquel mundo cuya vida pública estaba en gran parte copada por hombres de gafas oscuras y bigotillos. El poder era lúgubre y avejentado, rancio y casposo. El poder llevaba para nosotros mucho tiempo momificado, lo que no le impedía actuar y amedrentar. Es el caso que, en vísperas de las vacaciones navideñas, el régimen, con aquel asesinato, sufrió todo un cataclismo. Es el caso que hubo muchas horas de confusión hasta que se confirmó que aquella muerte había sido a causa de un atentado. Es el caso que nosotros teníamos que hablarnos y escucharnos. ¿Cómo olvidar el rincón de aquel largo café, justo en un altillo que separaba la barra del bar de la zona destinada a restaurante, aquel rincón, digo, donde teníamos a nuestra espalda una máquina expendedora? Preguntas formuladas en voz baja y con balbuceos. Respuestas marcadas por los puntos suspensivos. ¿Qué había pasado y, sobre todo, qué iba a pasar? Mientras tanto, como aquel rincón era paso obligado para ir al baño, la alerta se activaba cada vez que pasaba ante nosotros cualquier desconocido, especialmente si tenía gafas oscuras. ¡A cuántos individuos les habremos asignado la condición de policías de paisano! Formaba parte del guion, o, si lo prefieren, del juego.
Larga sesión vermú, aunque lo que tomamos fue vino, quizás dos copas de aquel Rioja que la casa servía como suyo. Larga y perezosa sesión vermú, porque el día iba a ser muy largo hasta la noche, en la que muchos nos pondríamos a escuchar la radio, especialmente las emisoras entonces clandestinas que eran las que en verdad informaban de lo que pasaba en España.
No, nosotros no conspirábamos, éramos demasiado pardillos para eso. No, nosotros no teníamos experiencias de detenciones y torturas, nos limitábamos a mantener conversaciones sigilosas y a hacernos confidencias, sabedores de que las informaciones que manejábamos estaban muy lejos de ser privilegiadas, ni siquiera, novedosas.
Llegó la hora de ir a casa a comer. Los telediarios poco aclararon. Pero estaban tan helados como el país. Y muy pronto se hizo de noche en aquella fecha de tardes tan raquíticas. Pero también tocaba esperar. De nuevo, en la calle. Vino peleón y patatas bravas, algún pitillo mentolado que se compraban sueltos. Nada nuevo bajo los nubarrones de la vieja Vetusta, que en aquel 20 de diciembre del 73 no durmió su clariniana siesta. Tarde de fría inquietud.
Se cenaba a las 10, poco después de que los telediarios fuesen algo más explícitos que a mediodía, haciéndose eco, creo recordar, de lo que decían los diarios capitalinos de la tarde. Con todo, como bien se sabe, la información estaba atada y bien atada Y, poco después, la radio, instrumento que nos abría el mundo, herramienta para conocer lo sucedido. De lo que relataban las emisoras, me llamó la atención que se diese noticia de que Pinochet, que llevaba apenas tres meses en el poder tras su sangriento golpe de Estado, fuese el mandatario extranjero que con mayor claridad y fervor manifestara sus condolencias a las autoridades de aquella España en la que vivíamos.
¿Cómo olvidar, después de todo aquello, la comparecencia televisiva del gijonés Torcuato Fernández-Miranda, hablando de dolor y serenidad? Fue el rostro y la voz de la España oficial del momento.
Aquel día de diciembre viejo y oscuro, marcado por una incertidumbre heladora. De aquella España en la que se hablaba en voz baja, en la que se escuchaban las emisoras clandestinas de radio como susurros que venían de lejos para informarnos de cuanto acontecía en nuestro más acá; la música, que parte de ella nos puede sonar ahora ñoña, no inundaba las habitaciones de adolescentes con decibelios. Aquello sería impensable.
Aquel día de diciembre viejo y oscuro confirmamos que los enemigos del discurso oficial, masones y comunistas, no habían sido los ejecutores del atentado, sino una banda terrorista, que ya había perpetrado atentados cuyo vivero estaba en el separatismo vasco.
Poco sabíamos acerca de la ETA. Pero sí que nos íbamos dando cuenta de que en España todo rejuvenecía, hasta los enemigos del régimen, que seguía momificado.
Meses después, ya con los diecisiete cumplidos, tuvimos noticia de una primavera de claveles que brotara en Portugal. Pero la España oficial seguía helada y, al machadiano modo, helando corazones. Y, hablando de clamores poéticos, también lo tenía escrito Cernuda: “¿Quién no ha despertado con el llanto de España?”. De aquella España helada y heladora, también para los que habíamos cumplido los diecisiete, a pesar de aquel “espíritu del 12 de febrero”, cuyos vientos, supuestamente aperturistas, hibernaban aletargados en aquella extravagante Siberia política que perduró en el tardofranquismo.
¡Cuánto frío, Dios mío, cuánto frío! Susurros que se ocultaban en el aliento, efímero y esquivo, qué remedio.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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