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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Esa fotografía (Sobre la última aparición pública de Fidel Castro)

 

“En la aldea no hacían más que hablar de Cuba ¡Ave María, en España siempre se habla de Cuba! Antes por la huida de los emigrados como yo y ahora por la Revolución. Por la una o por la otra, el español siempre tiene a Cuba en los labios.  (Miguel Barnet. Gallego)

 

Más allá de su otoño, se diría que, intuyendo el final de la andadura, apoyado en una muleta, acabamos de ver a un Fidel Castro cabizbajo y decrépito. Más pendiente de sus cuitas internas que de ese mundo exterior que se sigue interesando por él, el legendario dictador cubano comparece públicamente. No, no parece que esté posando en un ritual de despedida: se diría que su ceremonial de los adioses ya tuvo lugar. Más bien, cabría pensar que se presta a no ocultar su decadencia, incluso su agonía en el sentido unamuniano, luchando, esta vez, contra el dolor y la enfermedad, más que contra sus enemigos externos e internos que, bien es verdad, nunca consiguieron derrocarle, aunque voluntad para ello nunca les faltó.

¿Qué queda de aquel héroe de una revolución que conmovió al mundo? ¿Por qué se torció tanto el guion para que el referido héroe se fuera convirtiendo en un dictador inmovilista, cuyos logros se quedaron atrás en el tiempo, transformándose en un mandatario opresor que cercenó las libertades en su país  y no evitó la miseria de su pueblo? Seguro que Castro respondería a esto, todavía hoy, con un discurso interminable, pero el fracaso está ahí.

Estremece ver el declive de un personaje que ocupa un lugar nada baladí en la historia del siglo XX. Pero estremece más la visión del ocaso vital del representante máximo que encarna una revolución que, en sus inicios, fue mucho más saludada que repudiada.

Más allá del crepúsculo de una trayectoria pública de primer orden, lo inevitable ante esta foto es la paradoja que supone que alguien como Castro, que ejerció un magnetismo innegable  entre el mundo literario, esté protagonizando ahora una especie de versión apócrifa y nunca autorizada de la novela de García Márquez que tiene por título “El Otoño del patriarca”, por mucho que haya constancia más que sobrada de la admiración del Premio Nobel colombiano por el personaje que nos ocupa.

Es inevitable preguntarse, parodiando a Vargas Llosa, más que cuándo, por qué se jodió la revolución cubana, y, aunque la respuesta a ello no es muy difícil, será un lamento permanente que se haya malogrado así.

Nunca olvidaré el final de una de las mejores novelas escritas en castellano en el siglo XX. Se trata de “La Consagración de la Primavera”, de Alejo Carpentier. Siempre tengo presente dónde se ubicaba la “Utopía”, de Tomás Moro, según sus estudiosos. Jamás soslayaré la importancia que tuvo Cuba en la emigración asturiana del siglo XX, con su traslado a la literatura. Por todo ello, reproduje en el encabezamiento de este artículo esas palabras de la célebre novela de Barnet.

Esa fotografía de un Fidel Castro agónico simboliza, entre otras muchas cosas, el estado en que se encuentran las ansias revolucionarias. Y no es que estemos en el ocaso de las revoluciones que anunció Ortega en “La Rebelión de las masas”, sino que, a día de hoy,  no es fácil verles un buen final. Tal vez por eso no es de recibo resignarse a semejante determinismo. Se trataría de muy distinta cosa: de aprender, una vez más, de la madre de todos los fracasos, con ese poderoso armamento al que seguimos llamando inteligencia.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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