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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Azaña y los sucesos de Casas Viejas (A propósito del libro de Tano Ramos)

Rojas ha venido esta noche a las once. Su aspecto no predispone en favor suyo; la hechura de la cabeza no delata al hombre inteligente. Yo tengo la copia de la declaración, o más bien informe, dado por Rojas al director general sobre los hechos de Casas Viejas; en su escrito niega que recibiese órdenes monstruosas y niega también que fusilase a nadie”. (Azaña. “Memorias políticas y de Guerra”).

 

 

“¡Tiros a la barriga!”. Una frase jamás proferida por Azaña, aunque se repitió hasta la saciedad que había dicho tal cosa cuando le informaron de lo que estaba sucediendo en Casas Viejas. Claro, aquel rancio reaccionarismo español,  al que no le había temblado el pulso a la hora de aplicar la ley de fugas, se propuso desprestigiar a la cabeza más visible y clarividente de la República por un abuso de autoridad, auténtica marca de la casa de sus calumniadores. ¡Qué cosas!

Cuando escribí mi primer libro, que fue un ensayo biográfico sobre Azaña, allá en 1990, me encontré con que no había constancia oficial de que el autor de “La Velada en Benicarló” hubiese dado tal orden, tan contraria, por lo demás, a su pensamiento. Y el libro del periodista asturiano Tano Ramos, del que se ocupó EL COMERCIO el domingo 12 de enero, confirma y demuestra que, en efecto, Azaña nunca dijo semejante cosa.

Sí es cierto que don Manuel  cometió un error mayúsculo en el Parlamento cuando, al ser interpelado sobre los mencionados sucesos, respondió: “En Casas Viejas, no ha pasado, que sepamos, más que lo que tenía que pasar”. En ese momento, no estaba en el banco azul el Ministro de Gobernación, y dio semejante respuesta tras consultar con el subsecretario de ese Ministerio. De aquello no sólo se derivó la caída del Gobierno, sino que además se disolvieron las Cortes Constituyentes. El destacado jurista Jiménez de Asúa reconoció que el desconocimiento de lo ocurrido no eximía al Gobierno de responsabilidad. Y le sobraba razón.

En todo caso, a propósito de la propagación de una orden que nunca fue dada, conviene poner de manifiesto que Azaña, que en su momento se definió como un burgués, no sólo fue más odiado por la derecha que la izquierda más extrema, sino que además su trayectoria pública fue objeto de graves tergiversaciones que, a día de hoy, continúan presentes en la leyenda, atroz, que sus enemigos le forjaron.

Pondré sólo dos ejemplos. El primero de ellos deviene de su famoso discurso en octubre del 31 que tiene por título “España ha dejado de ser católica”, discurso que, por lo demás, es una obra maestra de la oratoria, pero que se interpretó como un ataque demoledor a la religión católica, cuando, en realidad, se trataba de legislar la laicidad del Estado en la Constitución. Bien es verdad que, a la hora de poner título a su texto, influyó más su condición de ateneísta que la de político en ejercicio. Pero no lo es menos que se puso aquel discurso suyo como prueba irrefutable de cruento y despiadado perseguidor de la Iglesia Católica.

El segundo ejemplo también guarda relación con su religiosidad. Y es que, desde aquella derecha montaraz y ultramontana que tanto lo odiaba, y que pretendía traerlo de Francia para fusilarlo, se propagó con insistencia que, al final de sus días, en la localidad francesa de Montouban, donde vivía en un modesto hotel cuyos gastos sufragaba la Embajada de México, se había confesado por voluntad propia con el obispo Monseñor Theas, con quien le gustaba conversar. No hay confirmación, ni siquiera por parte de su viuda, que le sobrevivió muchos años, de que se hubiera confesado. Pero, en todo caso, no deja de ser paradójico que los mismos que deseaban capturarlo y fusilarlo se inquietasen tanto por su salvación eterna.

Manuscritos que se perdieron durante décadas, algunos de ellos llegaron a manos de Franco, calumnias que, a fuer de repetirse, calaron. Canalladas como una especie de memorias apócrifas escritas desde el odio por Joaquín Arrarás, todo eso sigue pesando sobre un personaje histórico que, para gran parte de la España de hoy, sigue siendo un desconocido, tal y como tituló su cuñado Rivas Cherif el libro que escribió sobre Azaña.

 

Lo cierto es que el libro de Tano Ramos contribuye no sólo a reparar una injusticia histórica, sino también a poner a Azaña en su sitio.

 

Luis Arias es autor del libro Azaña o el sueño de la razón”. Nerea. Madrid, 1990.

 

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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