En horas 24, que diría Lope de Vega, me llega información de tres asombrosas noticias en el ámbito llariego: 1) El prestigioso arqueólogo Ángel Villa tiene que acudir a la Guardia Civil para acceder al Chao San Martín, pues, según parece, el primer edil grandalés le veta la entrada. 2) Se difunde la rocambolesca historia acaecida en Cudillero donde el ordenador del Jefe de la policía municipal se convierte en protagonista. En el referido lance, a lo que se lee, tuvo su participación el ex Alcalde depuesto por los tribunales don Ignacio Fernández. 3) La apertura del juicio contra los encausados por sus actuaciones en la Mina de la Camocha. Tan antiguo suena esto último que parece que todo lo relacionado con ello se podría dar por prescrito.
Convendrán conmigo en que lo de Grandas de Salime, más que fantástico, es fantasmagórico. Un Alcalde contra un arqueólogo que no es la primera vez que se las tiene que ver con cerraduras cambiadas. Y el regidor persevera en su actitud, como mínimo, obsesiva y despótica. Hablamos del mismo primer edil, al que me referí en un artículo reciente, que continúa en pie de guerra contra Pepe el Ferreiro y que, de paso, se ensaña contra un arqueólogo de renombre como Ángel Villa, lo que no le impide, claro está, ser muy generoso con el señor Cuesta, cuyo currículum no parece concitar muchas envidias.
Convendrán conmigo en que la historia del ordenador en Cudillero, más que dadaísmo, parece el guión de un serial carpetovetónico casposo. Ahora sólo faltaba este episodio de las idas y venidas de tan preciado aparato tecnológico para acercarse más aún a un episodio de Mortadelo y Filemón, con la Tía presidiendo la trama. ¿Y cuál será la próxima buena nueva que nos deparará la vida política pixueta?
Convendrán conmigo en que lo de la Mina de la Camocha, más que un paso de la lírica al dramón más chirriante, es descorazonador. ¿Cómo no recordar lo mucho que nos conmovió siempre escuchar a Jerónimo Granda cantando a esta mina? ¿Cómo no estremecernos, al conocer la escandalera que generaron ciertas actuaciones, que a decir verdad no parecen haber estado protagonizadas ni por lo épico ni por lo lírico? Aquí se pasó de lo que en su intrahistoria pudo formar parte de la novela “Germinal”, de Zola, a una trama con muy poco subsuelo, no demasiado alejada de escenarios de novela picaresca.
Y, miren ustedes, tengo para mí que el clima de hoy se conjuró para ello. La tarde, a orillas del Narcea, no sólo fue lluviosa, sino que además estuvo marcada por esa espesura de niebla, tan conocida por estos lares, que amotina lo mágico y lo fantasmagórico. Niebla invasora que volvía mortecinas incluso las luces interiores de las casas. Niebla espesa desplomada sobre el Narcea con inequívoca intención de que el río fuese oído y apenas visto. Niebla invasora que se hacía manto en las montañas. Niebla invasora que apagó antes de tiempo la luz del día y que hizo a la oscuridad de la noche acudir con retraso a su cita. Niebla invasora que convirtió el paisaje en pura fantasía y que todo lo hizo ingrávido.
Todo, menos estas noticias de un cronicón marcado por la chabacanería que pone ante nosotros, con no menor precisión que los espejos cóncavos valleinclanescos del Callejón del Gato, lo esperpéntico de nuestra vida pública llariega, aquí, en este occidente astur, donde la plaga caciquil denunciada en su momento por Arniches, parece ir clonándose concejo a concejo. Y creen que el sillón curul los salvaguarda de todo.