Tras la lectura de las noticias que viene publicando “El COMERCIO” acerca de algunos episodios protagonizados por el ejemplar ciudadano que atiende al nombre de Joaquín Fernández y que ejerció de vicesecretario de comunicación del PP llariego, no sólo no es imposible evitar el bochorno y la indignación, sino que además resulta inevitable preguntarse, de una parte, hacia dónde camina el partido conservador en Asturias y, de la otra, hasta cuándo, hasta dónde y hasta qué extremo se puede seguir degradando la vida pública en nuestra tierra.
Lejos estamos de haber superado el mazazo que supuso el caso Marea, reciente tenemos la experiencia de los silencios de ex responsables políticos del arecismo en sus comparecencias ante la Comisión parlamentaria que se formó para investigar lo sucedido en el Niemeyer, experiencia que no fue muy grata para quienes no nos resignamos a que los despilfarros formen parte del día a día en la actividad pública. Ello por no hablar no sólo de silencios, sino también de chulerías inadmisibles cuando se comparece ante teóricos representantes de la ciudadanía. Se necesita categoría para respetar la ceremonia sin que ello implique tener en alta estima a los concelebrantes. Pero, claro, a tanto no llegamos.
Y ahora llegan estas conversaciones de don Joaquín que, ciertamente, no recuerdan mucho a los diálogos platónicos. ¿Tenemos que continuar soportando que sucedan estas cosas? ¿Es de recibo que nos resignemos a que los dineros públicos se sigan parasitando?
Y conste que sólo me estoy refiriendo a episodios acaecidos más allá de las conjeturas, que, de confirmarse algunas de ellas, el fango sería aún mucho mayor.
¿Es que entre los dirigentes del PP llariego no existe la más mínima disposición por parte de nadie a pedir disculpas por los episodios protagonizados por don Joaquín Fernández? ¿Es que no existe la más mínima voluntad política por parte de los partidos llariegos con representación parlamentaria de pactar que se ponga fin a la presencia de “conseguidores” en sus filas?
Y es que, a decir verdad, no sólo dudamos de la capacidad de acierto de estas buenas gentes a la hora de otorgar cargos de confianza a personas que luego protagonizan escandaleras, como es el caso del que estamos hablando, sino que además ni siquiera podemos tener claro que exista voluntad de que los individuos de esa catadura moral tengan cerradas las puertas de la formación política de turno.
Miren ustedes, por mucho que cada partido no haga más que cargar todas las responsabilidades en sus adversarios, esgrimiendo discursos que los hechos hacen insostenibles, lo cierto es que, a estas alturas, tras haber tenido gobiernos de distinto signo, tanto en el ámbito estatal como en el llariego, no hay lugar, no ya para la ilusión, sino ni siquiera para el margen de confianza a quienes hicieron ya méritos más que suficientes para defraudarnos.
Y lo peor de todo es que, siendo esto tan obvio, no hay el más mínimo afán corrector para poner fin a una deriva tan nociva para la vida pública. Ciegos y sordos no sólo a la decepción y el desapego de la ciudadanía, sino también a esa maestra que es la historia, que sabe dar también lecciones elementales al alcance de quien se tome la molestia de prestarle la más mínima atención.
¿En qué estarían pensando Gabino de Lorenzo y compañía cuando le ofrecieron un cargo de confianza a don Joaquín Fernández? Desde luego, se lucieron. Una vez más, se lucieron.