Tarde primaveral a orillas del Narcea. Cantos de pájaros que atestiguan la presencia de la estación más ansiada y que le ponen música. Hermosa y pálida luna a punto mostrarse completa. Día pintiparado para saborear un fin de semana que estaba empezando.
Poco después, suena el teléfono. Recibo una llamada de EL COMERCIO. Me comunican el fallecimiento de Faustino F Álvarez. Y, en ese mismo instante, ella, la memoria, acude a mí con su repertorio de alegrías y desgarros, con su cronicón de recuerdos que nos hicieron tal como somos, que nos ponen alerta contra el olvido. Bendita memoria.
¡Cuántas imágenes me proporciona la memoria sobre el periodista que acaba de despedirse de la vida! La de verlo por Vetusta conduciendo un seat Ritmo. La de sus columnas en distintos medios a lo largo del tiempo. Las imágenes televisivas presentando y moderando programas. Repertorio que es un modelo para armar toda una trayectoria periodística de gran importancia en esta tierra. La afabilidad de su trato cuantas veces hablé con él. La de una trayectoria que derrochó vitalidad sin que ello mermase una capacidad de trabajo infatigable tan fácilmente constatable.
Eran tiempos difíciles e ilusionantes, cuando empecé a leerlo, tiempos también de esperanzas y miedos, de cambios irreversibles. Faustino había aprendido a escribir no sólo con calidad literaria y socarronería, sino también –lo que no es nada fácil- con la elegancia de un estilo literario impecable que nunca sofocó la frescura del descaro que emergía en sus artículos cuando el guion lo requería. Recuerdo aquella etapa suya admirablemente prolija, coincidente con los tiempos que acabo de mentar: artículos en prensa, cartas abiertas a personajes del momento en emisoras de radio, también entrevistas. Recuerdo también su etapa al frente de Televisión española en Asturias en la que a veces se emitieron debates memorables que él moderó.
Su columna era una cita cotidiana. Jamás encontré en ella textos en los que las prisas jugasen malas pasadas. Redondeaba el estilo. El lector percibía que nunca faltaba esa pasada de piedra pómez que quita los pelillos sobrantes, que presenta el texto sin los borrones de la premura.
Difuminado queda el mayor o menor grado de acuerdos y desacuerdos con lo mucho que escribió. Lo que permanece es que jamás incurrió en el fárrago, que los topicazos de forma y fondo no invalidaron sus artículos. Lo que permanece es la columna bien escrita, en lo que fue un maestro.
Faustino F. Álvarez y sus complementos circunstanciales: la pipa, como José Luis Balbín, y aquella máquina de escribir que aparecía en muchos artículos suyos en la desaparecida “Hoja del Lunes”, de Oviedo. Se ocupaba en aquella columna de las novedades de libros. Y, al margen de eso, se antoja difícil imaginar a este hombre sin tener cerca un escritorio. Vivía la vida escribiéndola y describiéndola.
Se va un gran periodista. Se queda la huella indeleble de lo mucho que publicó y de lo bien que lo hizo. Voluntad de estilo, insisto, mordacidad y descaro cuando hacía falta.
Y, antes de concluir, no puedo no recordar algunos textos suyos escritos desde una indignación memorable que dirigió a algunas vacas sagradas de esta tierra, donde miró al poder cara a cara, sin arrugas, sin rodeos, con un manejo del idioma envidiable.
Escribió mucho y bien. Y le dio intensidad a todo, a la vida y a la obra.
Luto y orfandad en el columnismo de esta tierra.