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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Indignados y dignos

Cuando transcurra el tiempo suficiente para analizar con perspectiva la época actual, se hablará, entre otras muchas cosas, de un determinado número de palabras que en no pequeña medida la definen y nos definen. Por ejemplo, “resignación”. Por ejemplo, “indignados”. Por ejemplo, apelaciones a la dignidad. En cuanto al primero de estos términos, no nos pongamos profundos ni estupendos: nada tiene que ver con el omnipresente senequismo del pensamiento español abordado en su día con brillantez por María Zambrano. Es tiempo de rebajas en lo concerniente a ambiciones intelectuales. No, en lo que a nuestros días se refiere, lo de la resignación tiene que ver con un discurso de Obama en su primera campaña electoral a la Presidencia de Estados Unidos en el que decía no resignarse a determinadas miserias de nuestro tiempo. Y hubo un tiempo en que por estos lares se parafraseó tal lema.

Y ahora vamos a “los indignados”, que comparecieron en la vida pública en la recta final de un zapaterismo que decidió ser pionero en los recortes y en la merma de derechos laborales. Aquello se está tornando en algo que semánticamente apenas difiere, sin ir más lejos, en los que acaban de apelar a la dignidad en las calles de Madrid, apelación que no podemos no hacer nuestra, porque, en un sistema político en el que los escándalos de corrupción forman parte de los titulares de prensa casi de continuo, no apelar a la dignidad significaría un conformismo suicida y nocivo para el bienestar de todos.

Y, mientras la indignación es cada vez más clamorosa, los dos grandes partidos continúan enzarzados en acusarse mutuamente de comportamientos claramente similares que tienen mucho que ver con la corrupción, con la impunidad y con el empeño en no renunciar a privilegios inalcanzables para el resto de la ciudadanía.

No deja de ser llamativo que en la misma jornada en la que falleció Adolfo Suárez, el gran artífice de la transición que dio paso a un bipartidismo cada vez más parecido al de la primera Restauración canovista, estén muy recientes las imágenes de la multitudinaria manifestación de Madrid.

Harían muy mal partidos y sindicatos, así como el resto de las instituciones, si no se tomaran en serio estos clamores de protesta e indignación, que van, ante todo y sobre todo, contra el sistema. Y, en este caso, cuando digo sistema, no me refiero al llamado sistema capitalista, sino a un sistema político donde el fango y la mugre anidan en todas las instituciones.

Aquí, el problema no es (no sólo es) el PP con su actual Gobierno, si bien es verdad que se esfuerza mucho por conseguirlo. Aquí, el problema no es (no sólo es) un PSOE hundido tras el zapaterismo y sumido en una crisis muy honda de falta absoluta de credibilidad. Aquí, el problema no es (no sólo es) una Monarquía que, desde la cacería de elefantes a esta parte, pasando por el caso Urdangarín, se desprestigia de continuo, y esto lo dice alguien como yo que vengo defendiendo el republicanismo muchos años antes de que la Monarquía dejase de ser indiscutible e intocable. Aquí, el problema no son (no sólo son) unos sindicatos que vienen cayendo en el mismo fondo de reptiles que los grandes partidos, aunque añadan a su desprestigio la hipocresía hiperbólica de abanderarse con los que protestan. Aquí, el problema no es (no es sólo) la mal llamada clase política embarrada por la corrupción y la mediocridad, aunque su contribución al malestar creciente es enorme.

Aquí, insisto, el problema es el sistema político que tenemos, caciquil, opuesto a la meritocracia, donde los partidos no apuestan de verdad por la transparencia ni por la democracia interna, además de parasitar todo lo público con canonjías en televisiones públicas, en entidades bancarias públicas, en todos los poderes, incluso en aquellos donde la separación tendría que ser algo más que un enunciado teórico.

Aquí, el sistema está agotado. Y, si en una crisis económica como ésta, se repite mucho el tópico de la necesidad de reinventarlo casi todo, el tal sistema tiene que ser reinventado. No es que hayan caducado las recetas, que también, sino que el modelo ya no sirve. O se va a la democracia plena, en la que la ciudadanía tenga el protagonismo necesario, o la actual plutocracia irá a más en su podredumbre, hasta que todo esto se descomponga.

No es que haya que reinventar la democracia: de lo que se trata es de darle plenitud. Si, como las encuestas vaticinan, el bipartidismo se desmorona, esto tiene que ser repensado y recompuesto, desde arriba y desde abajo.

Pero lo que tenemos es una dialéctica alarmante. De un lado, nadie dimite, nadie se va, se enrocan y se enroscan en sus privilegios. Del otro, la indignación es, de forma inevitable, creciente, lo que no augura unos visos de solución mínimamente tranquilizadores.

Y no pretendan hacernos creer que la indiferencia de muchos ante lo que sucede será su tabla de salvación, porque todo el mundo se va percatando de que el deterioro de la vida pública no establece excepciones a la hora de sumar agravios e indignación.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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