Pasado el momento de los panegíricos y las hagiografías tras la muerte de Adolfo Suárez, llega el momento de las precisiones, así como de los testimonios del propio ex Presidente. De entrada, una concreción histórica: la transición, propiamente dicha, termina con la victoria de Felipe González en octubre del 82. Es el momento en el que, tras dos convocatorias electorales anteriores y tras la aprobación de la llamada Carta Magna, la izquierda (en este caso, sólo de siglas) volvía a gobernar España. La dialéctica reforma/ ruptura, permanente tras la muerte de Franco, podía haber tenido su punto de inflexión con el mencionado triunfo de González.
Enunciado ello, sigamos hablando de Suárez y de su trayectoria como Presidente del Gobierno desde el 76 hasta el 81. Lo cierto es que llevó a cabo el proyecto que se le había encomendado: convertir España, formalmente hablando, en una democracia, salvaguardando a la Monarquía a la que la izquierda, empezando por el PCE de Carrillo, aceptó.
A la hora de hacer una valoración histórica de la trayectoria de Adolfo Suárez, resulta obligado confrontarla con la de González. Porque, de no hacerlo, se antoja imposible explicarse que, justo en el momento en el que la llamada transición política está más desmitificada que nunca, al fallecer su principal artífice, más allá de las pompas y oropeles de la España oficial, se percibe claramente que la figura de Suárez cobra más fuerza y prestigio que nunca, y ello no obedece sólo al hecho de la tan española santificación de los muertos, sino también a que el legado de la transición, tan lleno de imperfecciones, en lugar de haberse mejorado, se viene malogrando continuamente desde el 82. Felipe González pudo haber terminado con los privilegios que consagró la transición para los partidos y sindicatos. No lo hizo. También Aznar, en 2000 contó con una mayoría absoluta que convirtió en su peor mandato.
El arriba firmante dista mucho de ser un entusiasta de la supuestamente modélica transición, lo que no me impide caer en la cuenta de que no hubo voluntad de mejorarla a lo largo de los 32 años transcurridos desde la victoria de González. Por tanto, no sería en modo alguno justo culpar principalmente a Suárez de los fallos de la transición.
Por otro lado, tampoco se puede obviar que, en la beatificación civil de Suárez tras su muerte, la hipocresía asoma a raudales. Cuando dimitió en el 81 no sólo no contaba con el apoyo mayoritario de su partido, sino que además le fallaron también algunos de sus principales mentores. Para quien tenga memoria de aquellos tiempos, no será difícil recordar lo manifestado por algunos golpistas a la hora de declarar en el juicio como pretexto el hartazgo en algunas altas esferas del poder con respecto al político abulense. Algún día se tendrá que explicar que la trama conspirativa previa al 23-F no estuvo sólo en los uniformes, ni tan siquiera en la extrema derecha. ¿Algún día se contará el porqué de aquella cena de Múgica con Armada?
Y, emplazándonos en la no resuelta vertebración territorial de España, Armas Marcelo da cuenta en su libro “Los años que fuimos Marilyn” de una cena que tuvo lugar en su casa en 1984, a la que asistieron Jorge Edwards, José Hierro, Torrente Ballester, Juan Benet y Rafael Conte, entre otros, donde el invitado estrella era Adolfo Suárez:
“Recuerdo cómo Adolfo Suárez fue explicando, mecanismo a mecanismo, error a error, y pieza a pieza, a un Benet absorto y curioso ante la magia verbal de Suárez (al menos en esa noche la tuvo), las razones de alta política que hicieron necesario ese camino de las autonomías por donde al final se han colado las más excelsas mediocridades de la vida española en la actividad política contemporánea. Los demás comensales seguimos atentos las explicaciones de Suárez, que se extendió en razonamientos cuya argumentación resultaba en esos momentos irrefutable para todos nosotros. Clavero Arévalo no había sido más que un instrumento sintáctico de Suárez para cerrar el puzzle sorprendente de las autonomías y el mapa de la España política de las décadas posteriores. Suárez dijo que los socialistas mantuvieron la teoría contraria de las autonomías antes del año 80. Eran, recuérdese, federalistas y, por tanto, todo lo contrario de lo que fueron después: autonomistas. Dijo que el centralismo español era, como todos sabíamos, el responsable máximo de los desequilibrios constantes entre las regiones y las reivindicaciones históricas de los distintos territorios de España. Dijo que todo se había cerrado mal, que España era una gran cicatriz a la que había que intervenir con una cirugía de guantes de seda. Y dijo que la autonomía en todo caso, era un artefacto que iba a funcionar algunos años, quizá más de lo que pensábamos, pero que tal vez habría que refundar en futuro a España como Estado federal. “Depende de las circunstancias y de cómo vayan funcionando las autonomías, no sólo en la política, sino en la mentalidad de la gente, dijo Suárez”. [1]
¿Conocerá el señor Rajoy estas palabras que Armas Marcelo pone en boca de Suárez? ¿Será capaz el PSOE de reconocerse a sí mismo tras los renuncios y las renuncias y los constantes bandazos? ¿Sería descabellado tomar estas palabras como parte del testamento político de Suárez?