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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Ávidos de fantasía (En la muerte de García Márquez)

 

Necrológicas de urgencia, inacabable repertorio de topicazos, cursilerías empalagosas, confesiones pueriles de cercanía y proximidad al genio. ¿Y qué más? Lo cierto es que la obra de García Márquez sigue y seguirá viva, mientras que toda la catarata de escritos de ocasión sobre su figura ya tiene caducidad en el momento mismo de ser publicada. Catarata tan prescindible como inevitable. Sólo cabe a este propósito manifestarse sobre la experiencia lectora y es posible que en algún caso se encuentre complicidad.

Se diría que la inmensa mayoría de los escribidores de ocasión se reclaman sus íntimos. Se diría que sueñan con estrechar ese vínculo mediante algo tan sencillo como soltar topicazos sobre él. Y, en otro caso, lo que es todavía menos digerible, con ponerse estupendos planteando pegas a su obra desde una nadería que, a decir verdad, invita a la conmiseración.

Y, en cualquier caso, junto a la experiencia lectora que puede propiciar la creación de complicidades o apertura de caminos, sólo cabe incidir en su importancia dentro de la historia de la literatura.

Miren, cuando en aquellos años 60, el llamado realismo social de la novela ya producía agotamiento hasta el extremo de que un crítico del género clamó estar ávido de fantasía, llegó el llamado boom de la literatura hispanoamericana y ventiló el panorama literario. Porque una de las muchas grandezas de la obra de García Márquez consistió en que no sólo puso en evidencia que también la voluntad de estilo es revolucionaria cuando se logra, sino que además la fantasía no es menos subversiva que el panfleto a ras de suelo.

Y, a todo esto, hay un importante añadido a consignar: hay autores –y García Márquez es también en esto uno de los grandes– que es tal su ambición narrativa que arrolla al lector de tal modo que lo hace cómplice de sus historias. Fíjense, en una de las obras menos citadas del autor que nos ocupa, en ‘Noticia de un secuestro’, resulta imposible, desde el comienzo, que el lector abandone el interior de ese coche con el que arranca la acción, es tal la fuerza, tan electrizante la forma en que se cuenta, que, cumpliéndose esta vez el tópico, atrapa al que allí se asoma. Al secuestrado de la historia se suman los lectores que allí se adentran. La narración periodística, el reportaje bien entendido es en García Márquez lo que el cuento policial en Borges. No se pierda esto de vista para saber de qué escritor estamos hablando.

Otro aspecto insoslayable de la trayectoria de García Márquez son determinadas ciudades. Diré tres. Aquella Barcelona que descubrió el boom de la literatura hispanoamericana para España y para Europa. Aquella Barcelona literaria que consiguió el milagro de no reparar en que existía Franco. Eso sí que fue un hecho diferencial, admirable e irrepetible. Aquel París en el que una serie de escritores hispanoamericanos, entre ellos García Márquez, estaban esperando la noticia de la caída de sus dictadores, que tanto se parecían entre sí. Desde la suprema gloria literaria, Valle-Inclán los presidía. Y –¿cómo no?– La Habana. No hay duda de que la relación entre García Márquez y Castro da mucho de sí, también literariamente. En todo caso, el destino tenía que unir a un escritor de referencia con un mandatario al que no se le puede negar su protagonismo en el siglo XX así como su atractivo literario, no siempre pintiparado para las hagiografías, pero de una potencialidad extraordinaria.

Por otra parte, ¿cómo no tener en cuenta lo mucho que se le debe a un escritor que, para millones de lectores, les supo mostrar la realidad de lo fantástico en muchas de sus historias, especialmente en la que está considerada su obra maestra? ¿Cómo no preguntarse, en unos tiempos como éstos en los que la literatura está tan sofocada por las etiquetas y tan marcada por el mercado, lo providencial que resultó para muchos adolescentes la lectura del libro al que acabamos de hacer mención? Uno de mis mejores amigos me comentó muy recientemente que a sus 14 años una de las cosas más importantes que hasta entonces había sucedido en su vida fue haber leído ‘Cien años de soledad’.

Y, volviendo a lo que es el periodismo en García Márquez, a muchos nos congratula el recuerdo de la ansiedad con que esperábamos que llegase el miércoles en aquellos años en que escribía su artículo en ‘El País’. ¡Qué lujo supuso disfrutar de aquel escritor de periódico, sin pedanterías, sin moralinas, con admirable oficio! Por algo, se negó a conceder entrevistas precisamente por lo mucho que amaba a aquel subgénero periodístico tan de capa caída en los últimos tiempos. Por algo, se refirió a que las grabadoras hacían perder al entrevistador los pálpitos del entrevistado. Por algo dijo que el término «posicionar» era un palabro que debería estar prohibido. Por algo, advirtió contra los adverbios terminados en «mente», incluso antes de que se prodigara tanto el «absolutamente».

Y apuntemos por último su maestría para los títulos. Desde García Márquez, no sólo es el coronel el que no tiene quien le escriba, no sólo es la suya la crónica de una muerte anunciada, no sólo el amor está en los tiempos de cólera.

No toca sumarse a tantas plañideras corales, sino a la lectura o relectura de un genio al que tanto y tanto le debe la literatura.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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