“La inteligencia activa y crítica, presidiendo en la acción política, rajando y cortando a su antojo en ese mundo, es la señal de nuestra libertad de hombres, la ejecutoria de nuestro espíritu racional. Un pueblo en marcha, gobernado con un buen discurso, se me representa de este modo: una herencia histórica corregida por la razón». (Azaña)
En modo alguno puede resultar sorprendente que la formación política liderada por Pablo Iglesias siga protagonizando la información y la opinión en los medios, así como en las redes sociales. Tampoco tiene nada de extraño que se susciten muchas preguntas al respecto. Pero más allá de todo lo esperado y esperable, lo genuino del caso es que, habiendo concurrido a las elecciones europeas tantas candidaturas desde España, entre todas ellas, sólo haya una realmente triunfadora, justamente la que aquí nos trae. Cierto es que IU aumentó de forma significativa sus escaños en el Parlamento europeo. Cierto es que el PP, a pesar de las escandaleras de corrupción y de las torpezas más que manifiestas de Cañete, quedó por encima del PSOE que no levanta cabeza a pesar de los despropósitos del partido del Gobierno. Cierto es también que UP y D mejoró sus resultados.
Pero, fíjense ustedes, Podemos les aguó la fiesta no sólo a los grandes partidos, sino también a IU y a UP y D. Pero, fíjense ustedes, los resultados electorales obtenidos por esta formación política lo orillaron casi todo, hasta lo sucedido en Cataluña donde las opciones independentistas suman cada vez más apoyos ciudadanos y donde se produjo un resultado histórico al quedar ERC por encima de CIU. Vayamos por partes.
En cuanto a IU, con Podemos perdieron, por decirlo así, la hegemonía del rojerío y del discurso antisistema, poniéndose de relieve más que nunca que, al tiempo que enarbolan tales cosas, salvo excepciones, suelen prestar apoyo al PSOE, es decir, a uno de los dos grandes partidos que hacen de puntales del sistema al que dicen combatir. Y, en lo tocante a la llamada formación magenta, por mucho que su lideresa se haya despachado en contra de la candidatura que la derrotó, lo cierto es que doña Rosa no puede erigirse en el martillo y en el martirio del bipartidismo, toda vez que esa batalla la acaba de ganar Podemos.
Por último, en lo que concierne al hecho de que la situación que atraviesa Cataluña haya pasado a segundo plano a resultas del triunfo de Podemos es una buena muestra de la importancia política de lo sucedido en las elecciones del pasado 25 de mayo.
Si a todo esto añadimos las descalificaciones que se vienen manifestando contra esta formación política, es inevitable colegir que, como mínimo, la irrupción de Podemos despierta desasosiego. Y creo que se equivocan de plano quienes consideran al grupo de Pablo Iglesias de extrema izquierda. A poco se profundice en la casuística de su éxito electoral, se percibe claramente que recogieron el descontento de una buena parte de votantes de izquierdas, desencantados de que sus votos no redunden en la puesta en práctica de unas políticas que acaben de una vez con los privilegios de la mal llamada clase política. Y luchar contra eso no tendría que ser patrimonio de la izquierda más radical, ni siquiera en exclusiva de la izquierda históricamente entendida. El propio Iglesias habla de lo que él llama “el régimen del 78”, es decir, el bipartidismo que se asentó en el 82 y que ahora se está desmoronando, ciertamente por méritos propios.
Por su parte, las declaraciones últimas de Felipe González ponen de relieve que el ex Presidente del Gobierno perdió los papeles de forma muy desafortunada. Nadie discute que no sería bueno un régimen bolivariano estilo Chávez, y, peor aún, estilo Maduro. Podemos no fue votado para importar aquí un régimen de ese tipo, sino para combatir los privilegios a los que acabamos de hacer mención, privilegios de los que el señor González viene disfrutando, dicho sea de paso, con la mayor obscenidad y desfachatez.
Aquí, lo decisivo está en cómo se canalizó electoralmente un malestar ciudadano que, a la vista de los hechos, no puede no existir y decidió manifestarse.
Por otra parte, creo que a Podemos no le viene bien adoptar un triunfalismo que podría volverse en su contra. Lo que le toca es actuar conforme a lo que vino predicando catódicamente.
El revulsivo contra el bipartidismo no sólo tiene rostro, sino que además cuenta con una formación política a la que le corresponde forzar que las cosas cambien de una vez en lo que toca a privilegios total y absolutamente inaceptables. Se tiene que acabar de una vez por todas con la afrenta que supone que por exhibir el carnet de un partido se alcancen prebendas que la meritocracia no daría nunca. Se tiene que acabar la perpetuación en los cargos y en las canonjías. Se tiene que acabar con la presencia de políticos a sueldo en televisiones y entidades bancarias públicas. Se tiene que acabar con un estatus de casta para los políticos. He aquí el gran mensaje.
Lo que toca ahora es ver cómo administra Podemos su éxito político. Se merecen, como todos, un margen de confianza, incluso desde el escepticismo inevitable de muchos, entre ellos, el del arriba firmante.