«Porque hay todavía gentes en España que no se sienten gobernadas si el que manda no les manda a puntapiés. Y existen los otros, los que echan la mano por el hombro confidencial y amistosamente y dicen al oído: ‘¿Te dejas corromper?’. Con ninguna de estas dos castas de españoles tenemos nosotros nada que hacer en la República». (Azaña, en 1933).
Rubalcaba anuncia que abandonará el Parlamento en septiembre. Y, por otra parte, en la campaña por liderar el PSOE, resulta curioso que haya sido Pedro Sánchez el que más avales logró, cuando se da el caso de que se trata del candidato con menos discurso y más topicazos. Le sigue en esa carrera Eduardo Madina, que se dedicó en su campaña a buscar titulares periodísticos y no a concretar qué partido quiere y, con ello, qué proyecto de país propone. Por su parte, Pérez Tapias, que en todo momento reivindicó la memoria del partido y que se acompañó siempre de su tono profesoral, es el que menos vales consiguió de los tres, lo que no significa necesariamente que no pueda haber sorpresas en las primarias. El antecedente que supone Borrell es una referencia inexcusable al respecto.
Pero, incluso emplazándonos en el mejor de los supuestos, es decir, que venciese un candidato firmemente decidido a regenerar el partido que en su día fundara Pablo Iglesias, la tarea que tiene por delante no es nada fácil. ¿Se puede acabar de un plumazo con todo el caciquismo que se aloja en las casi innumerables agrupaciones locales de esta formación política? ¿Se puede desterrar de tantos y tantos dirigentes la convicción tan íntima como inconfesa de que ellos son casta privilegiada y pueden atesorar más derechos y riquezas que el resto de la ciudadanía? Por supuesto, que ambos problemas no son exclusivos del PSOE, pero los tiene y muy arraigados.
Y, en otro orden de cosas, un partido que, desde el 82 a esta parte, gobernó este país durante 21 años no puede no sentirse corresponsable en no pequeña proporción de los grandes problemas que tiene hoy España: desde esa mentalidad servil que denunciaba Azaña allá por 1933, y que recuerda a quienes daban vivas a las cadenas en los episodios galdosianos, y que aún no fue desterrada del todo, hasta una corrupción generalizada que está muy lejos de atajarse.
Y es que, aun en el caso de que el PSOE que salga del próximo Congreso, esgrimiese un discurso coherente y con un proyecto de país acorde con lo que se supone que es un partido de izquierdas, seguiría teniendo un problema de credibilidad que sólo podría ser superado con hechos, unos hechos que difícilmente podrían plasmarse si la ciudadanía no les concede la oportunidad de gobernar, bien sea ayuntamientos, bien sea autonomías, bien sea el Gobierno de España.
¿Nuevos tiempos para el PSOE? No les queda otra que reencontrarse con su legado histórico como un partido que no puede renunciar a una sociedad más justa, más libre y mejor instruida. Y, desde ese reencuentro, dar respuestas a los desafíos de hoy.
Desde el 82 a esta parte, el PSOE dilapidó lo que Santos Juliá llamó con acierto «la didáctica» de Felipe González: «A este compromiso global de cambiarlo todo sin revolucionar nada se añadía un mensaje moral: los socialistas eran portadores de una nueva ética política, de un proyecto de regeneración moral del Estado y de la sociedad. Había que acabar de una vez con la corrupción que ha permitido a la derecha dedicarse permanentemente al reparto de las prebendas en vez de gobernar. Moralizar la vida pública y erradicar la chapuza constituyeron motivos centrales de la didáctica de Felipe González».
Cuánto se dilapidó y se malbarató desde el 82 a esta parte! Eso es lo que ahora le toca recuperar al PSOE, proyecto de país incluido. Tal recuperación se antoja poco menos que milagrosa, pero, si se quiere evitar que el declive siga yendo a más, es necesaria para sobrevivir políticamente hablando, dejando atrás tantas renuncias y tan indigeribles renuncios.