Se viene anunciando, con fecha, la dimisión de Durán Lleida. Ante esa renuncia, que no significa necesariamente irse de la política, doy por hecho que, no obstante, se escribirán innumerables panegíricos, casi uno por periódico. No es el caso de este artículo, tampoco lo contrario. De entrada, sin matices, estoy convencido de que nuestro personaje incurrió en muchos de los grandes males que afectan a la mal llamada clase política. En eso sí que no hay hecho diferencial entre Cataluña y España. Dicho esto, creo que lo verdaderamente destacable del político catalán consiste en haber heredado de Roca un talante negociador inagotable, como representante de un nacionalismo que dio continuas pruebas de tener voluntad de entendimiento con respecto al resto de España.
En este sentido, no cabe otra que relacionar su dimisión como secretario de la formación nacionalista con un momento político en el que no parece fácil que se pueda recuperar la tan recurrida y recurrente conllevancia orteguiana entre Cataluña y España, y viceversa. Derruidos –incluso dinamitados– los puentes, no hay lugar ni siquiera para el diálogo, o, al menos, así lo dicen las apariencias en espera del encuentro entre Rajoy y Mas, del que tampoco se esperan resultados sorprendentes.
Mal asunto es, ciertamente, que ya no haya sitio para negociadores, que tanto los unos como los otros se encierren en posiciones en las que el entendimiento no es fácilmente avistable. No obstante, tampoco conviene perder de vista que se trate más de un ‘hasta luego’ que de una despedida indefinida, es decir, que la escena del diálogo y la negociación, con los cambios de tramoya que van en el guion, vuelva a poder ser representada, incluso repitiendo no pequeña parte de los actores principales.
Para la política española en general, prescindiendo incluso del permanente problema catalán, no sería bueno que se perdiese un gran parlamentario, cualidad ésta que Durán Lleida hereda también de Roca. Y para Cataluña tampoco sería positivo que no tuvieran sitio políticos que representasen la mencionada conllevancia orteguiana.
Durán Lleida, un hombre al que ubicamos sobre todo en el puente aéreo, en los medios de comunicación estatales y en el Parlamento español. Para el nacionalismo conservador catalán, el político del que venimos hablando era ‘nuestro hombre en Madrid’, mientras que para el bipartidismo vendría a ser ‘nuestro interlocutor con Cataluña’.
Todo el mundo puede recordar que estamos hablando de alguien que tuvo un gran protagonismo en las sucesivas coaliciones que alcanzó CiU con el PSOE y con el PP. Tiempos que se quedaron muy atrás en las voluntades políticas de los unos y los otros.
Miren ustedes, con la llamada ‘operación Roca’, es decir, con aquel intento de que un catalán gobernase España, que se saldó con cero diputados, se puso de manifiesto una imposibilidad frustrante de entendimiento entre Cataluña y España. Con esta dimisión anunciada, lo que se escenifica es la inexistencia de un marco de negociaciones, que, entre unos y otros, quedó hecho virutas.