Don José Bono irrumpe en la actualidad política con un libro de memorias donde cuenta conversaciones con Maragall al que responsabiliza en no pequeña parte de la deriva independentista catalana. Uno de los hijos de Pujol acaba de comparecer ante un juez por asuntos poco filantrópicos. El ministro Margallo hace unas declaraciones amenazando con suspender la autonomía catalana que avivan aún más la tensión existente. Las torpezas sobre el llamado problema catalán aumentan sin cesar, eso sí, por parte y parte.
Con respecto a lo que cuenta el exministro de Defensa y también expresidente del Congreso, no acaba de entenderse bien que, habiendo aceptado Zapatero las propuestas de Maragall sobre el nuevo Estatuto, no abandonase el Gobierno de inmediato mostrando así su disconformidad. Pero, en cualquier caso, nunca podrá tener justificación para todos los implicados en este asunto que no se hubiese empezado por el principio; es decir, por la reforma de la Constitución para que el Estatuto tuviera encaje. En esa cuenta tendrían que haber caído tanto los unos como los otros. Y, fíjense ustedes, si esa reforma de la Constitución hubiera acarreado un referéndum en toda España, el cacareado derecho a decidir lo hubiese ejercido todo el mundo. La cosa no es en modo alguno baladí. ¿Tan difícil era para los unos y para los otros percatarse de que aquel Estatuto implicaba una reforma de la Constitución? ¿No tendría que haber sido la susodicha reforma la madre de todo el proceso de un Estatuto de Cataluña que Maragall, acaso confundiéndolo con ‘La Eneida’, pretendía que fuese estudiado en las escuelas de Cataluña, según declaró muy solemnemente en su momento?
Por otro lado, si al escándalo de los dineros de Pujol en el extranjero le sumamos lo relacionado con su familia en materia de presunta corrupción política, el ambiente no puede estar más enfangado, sin perder de vista que esto último tiene unos responsables muy concretos a los que no les puede servir de excusa envolverse en banderas patrióticas.
Y, en lo que respecta al señor Margallo, yo le recomendaría muy seriamente que leyese el libro de Azaña que tiene por título ‘Mi rebelión en Barcelona’, libro que, además de acarrear una calidad literaria deslumbrante, arroja unas reflexiones muy lúcidas acerca de las consecuencias que tuvo la política del entonces Gobierno español contra las instituciones catalanas de la República.
Como ven, a lo que venimos asistiendo es a un continuo proceso en el que se va de torpeza en torpeza, proceso que llevó a la actual encrucijada que es, sobre todo, consecuencia de la incapacidad de una serie de personajes políticos que demostraron que son unos auténticos linces a la hora de acrecentar los problemas.
Cuando transcurra el tiempo y se aborde este proceso marcado por las torpezas e incapacidades de tantos y tantos, quedará muy claro que las cosas se hicieron no sólo sin tacto, sino también sin el rigor que requiere dar cauce a un problema en el que está en juego la vertebración territorial de un país que, como escribí más de una vez, se merece otros políticos a ambos lados del Ebro.