Se equivocó el PP al pensar que la mayoría absoluta obtenida por Rajoy en noviembre de 2011 suponía que la sociedad española se había vuelto ultraconservadora. No quisieron tener en cuenta que en ese vuelco electoral había un porcentaje no pequeño de afán de castigo al PSOE tras la desastrosa gestión de Zapatero. Y, a resultas de esa equivocación, el Gobierno de Rajoy emprendió una especie de contrarreforma en justicia, en educación, en derechos, en libertades y en casi todo. De todos estos empeños, alguno, de momento, parece por desgracia que va a salirse con la suya como es el caso del ministro Wert con su Lomce. Gallardón, sin embargo, se ha visto obligado a retirarse con todo el equipo al sentirse desautorizado por el mismo Ejecutivo que lo exhortó a llevar a cabo su particular contrarreforma antiabortista.
Se equivocó la gaviota pepera por segunda vez. Cuando Aznar obtuvo su primera mayoría absoluta, el país asistió atónito al espectáculo de una derecha envalentonada y sin complejos que tanto nos abrumó. Visto está que no aprenden, porque Rajoy y su Gobierno interpretaron que la mayoría absoluta lo autorizaba todo, no sólo parlamentariamente, sino también sin generar un rechazo social que pudiera tornarse inquietante. Y con el anteproyecto de Gallardón se vio claramente que gran parte de la sociedad española no estaba conforme, incluso entre sus propias filas había serias discrepancias. Así las cosas, por el momento es Gallardón la primera víctima de esta equivocación del PP en su conjunto. Seguramente, no será la última.
Y es que, por mucho que a más de uno le moleste mi confesa y convicta admiración intelectual por Azaña, convendría que en los cenáculos políticos se tuviese muy en cuenta aquello que don Manuel dejó escrito en su libro ‘Mi rebelión en Barcelona’, que reza así: «Lo más difícil de administrar es una victoria política». Casi ochenta años después se sigue sin tener en cuenta semejante advertencia.
Pero, ya que de equivocaciones hablamos, somos muchos los que no estamos amnésicos y recordamos perfectamente que hubo un momento en que, desde ciertos ámbitos mediáticos, se presentaba a Gallardón como el dirigente pepero menos derechista de la formación popular. A semejante campaña contribuyeron, sin duda, sus abundantes rifirrafes con doña Esperanza Aguirre. Desde luego, quienes incurrieron en semejante error de bulto al que señalan con descaro y frescura las hemerotecas no van a dar acuse de recibo ni reconocerán su error, por mucho que no serán pocos los lectores que se lo recuerden y que, sería de justicia, tomasen nota.
Y en este ceremonial de adioses de Gallardón el componente literario no es poca cosa. ¿Cómo no recordar aquella puesta en escena del entonces alcalde de Madrid amenazando con irse de la política si Rajoy no lo incluía en la candidatura pepera al Congreso en las elecciones de 2008? ¿Cómo no tener en cuenta que, andando el tiempo, su íntima enemiga de partido, Esperanza Aguirre, dejaría la política para volver, mientras que don Alberto se va para siempre? ¿Cómo no caer en la cuenta de que, a día de hoy, doña Ana Botella de Aznar, que lo sustituyó en la Alcaldía de la capital y el propio don Alberto son las dos grandes víctimas políticas de Rajoy en los últimos años?
A propósito de esto, no olvidemos que la derecha española es, además de otras cosas, goyesca, con la particularidad de que, a la hora de hacer de Saturno, hemos podido asistir a relevos sorprendentes y espectaculares. De esto, don Francisco Álvarez-Cascos podría contarnos mucho.