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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

La luminosa insignificancia, según Milan Kundera

 

Divagaciones lúcidas de un contemplador de la vida que repara en los distintos significados de una época en función de sus reclamos eróticos. Personajes que deciden reinventarse, como el que se convierte en camarero que actúa en determinadas fiestas y que, como barrera ante quienes pudieran abrumarle, se expresa en un idioma que en realidad no conoce. Reuniones e n l a s q ue se c uentan l as más increíbles historias que, en varios episodios, tienen como protagonista a Stalin, que disfrutaba contando a l os suyos burdas mentiras que simulaban tragarse hasta el momento en el que se sentían fuera del alcance de l os oídos y la vista del tirano. Se desahogaban en l os urinarios algo más que la próstata, mientras que el dictador se divertía oyendo sus críticas.

Todo un regalo estético por parte de Kundera en ‘La fiesta de la insignificancia’ el acierto con que muestra es e poder con marcos impresionantes y cuadros sórdidos que plasman miserias que sólo pueden asentarse en cuchitriles. No es el poder y la gloria, sino más bien el poder y sus servidumbres costrosas y costosas.

Desde París , desde esa Francia que no quiere preguntarse si la Europa clásicamente concebida puede tener futuro, los personajes de esta novela se relacionan entre sí sobre unas bases en las que hay lugar no sólo para los equívocos, sino también para los engaños. Pero, por encima de todo, les une su gusto por las buenas historias y su capacidad, a veces asombrosa, para la divagación.

Divagan, sí, pero también en algunos casos narran lances de una altura estética vertiginosa. Un buen ejemplo de ello es el episodio en el que una bella mujer que decide suicidarse arrojándose a un río termina ahogando al joven que la pretende salvar y se encuentra con la inesperada situación de que regresa a la vida de la que se quiso despedir. Se trata de una especie de recreación de lo que el personaje se imagina que pudo vivir su propia madre c uando se supo embarazada.

Divagan, insisto, pero sus digresiones cobran forma de relatos y retratos excepcionales. En esto volvemos a Stalin que no parece haber entendido nada bien a Kant y que termina intentando explicarse a sí mismo a través de Schopenahuer, con su mundo como representación y con su teoría sobre la voluntad.

Y, por otro lado, esa insignificancia que transita la novela de principio a fin invita a la ironía, a la broma, a la sonrisa, inevitables tras el desengaño, inevitables ante la ternura que produce una lucidez ácida y cómplice. Y es que en un momento de la novela se habla de que la era que transitamos podría ser definida como «el crepúsculo de las bromas», como «la era de la posbroma». Una era que pone fin al individualismo. Una era donde las jóvenes exhiben sus ombligos, acaso lo menos individualizado de su anatomía.

De ‘ La broma’, primera novela de Kundera, a ‘ La fiesta de la insignificancia’, era en la que la broma, como la modernidad, se quedó atrás. 

Kundera en estado puro, con su forma de narrar, con sus digresiones continuas, con sus arremetidas contra los horrores que cercenaron libertades. Con sus personajes cargados de lucidez y desengaños. Decir Kundera en estado puro equivale a emplazarse en una literatura que es un lujo y que, por fortuna, aún no se ha despedido de nosotros.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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