‘Y nuestros partidos de Gobierno no son más que unas cuantas familias que viven acampadas sobre el país, presidiendo esta orgía, trasmitiéndose de generación en generación, de nulidad en nulidad, los grandes puestos, con una impudicia execrable, que toman en boca los nombres de patria, justicia y libertad para sostener la mentira sin que se quemen sus labios’’. (Azaña).
Tenía que ser en el otoño de 2014 cuando una encuesta pusiese a la formación política liderada por Pablo Iglesias en cabeza de las preferencias electorales de la ciudadanía. Cien años después de que Ortega hubiese anunciado el fin de la vieja política, la historia, más que repetirse, se parodia, porque, ahora como entonces, languidece un régimen, porque, ahora como entonces, una restauración borbónica agoniza. Porque, ahora como entonces, el desprestigio de la política es imparable y está tocando fondo.
Los funerales de la vieja política. PP y PSOE, Cánovas y Sagasta, están aquejados de los mismos males: Su enfermedad más grave tiene un nombre inequívoco, se llama corrupción. Al PP, la última redada anticorrupción le asestó un golpe mortal. Mientras tanto, el PSOE, liderado por don Pedro Sánchez y doña Susana Díaz, no termina de darse cuenta de que la cosa va en serio, no quieren ver que, para recuperar la credibilidad tan merecidamente perdida, tendrían que tomar medidas mucho más drásticas. No puede el señor Sánchez erigirse en abanderado de la lucha contra una sociedad desigual cuando cuenta con un expresidente de Gobierno que no tiene la decencia de renunciar a su paga como tal, al tiempo que ingresa pingües cantidades a cargo de multinacionales a las que supuestamente asesora.
Los funerales de la vieja política. UGT y CCOO, ‘bisindicalismo’ que tampoco renuncian a nada, ni a los dineros de la formación, ni a las subvenciones públicas, aunque años hace que tiraron la toalla de exigir en serio otra política económica, a la hora de exigir menos desigualdades y a la hora de aplicarse a sí mismos que las prebendas de casta no son de recibo.
Frente a todo ello, está el auge creciente de Podemos. Se lo ponen tan fácil que les basta con encabezar las iras contra tanta corrupción y contra tamaños privilegios. Certeros en lo que denuncian, cuidadosos con la forma en que se dirigen a la ciudadanía, están consiguiendo ser percibidos como algo diferente a lo que vino siendo costumbre desde 1978 a esta parte, más bien, desde 1982 a esta parte.
Los funerales de la vieja política, en los que Podemos está siendo el sepulturero. Y, en las presentes circunstancias, el debate no se centra en lo ideológico, si por tal cosa se entienden propuestas políticas con un proyecto de país. No, lo que se dirime es muy distinta cosa: O bien resignarse a que la mal llamada clase política siga actuando en un marco que le permite ser una casta privilegiada, o bien otorgarle la confianza a una formación política que predica que el protagonismo político corresponde a la gente, a la ciudadanía.
Precisamente porque el debate no está en lo ideológico, el auge de Podemos es mayor, ya que en ese campo la formación política de Pablo Iglesias es, según percibo, mucho más vulnerable de lo que se piensa, por sus ambigüedades y contradicciones, que no son pocas ni superfluas.
Los funerales de la vieja política. Las encuestas manifiestan que la paciencia de la ciudadanía se sobrepasó ya con creces y que la indignación tendrá su cauce de respuesta en las urnas. Cierto es que lo que la última encuesta plasma no tiene por qué mantenerse necesariamente hasta el momento en que se celebren elecciones. Pero resulta incontestable que los grandes partidos sufrirán un severo y merecido castigo electoral.
Y, por otro lado, en estos funerales de la vieja política, se abren grandes incógnitas, entre ellas, la posición que adoptará Podemos con respecto al creciente independentismo en Cataluña. Por ejemplo, su planteamiento más inmediato en cuanto a la forma de Gobierno, esto es, monarquía o república. Porque, se mantengan o no los datos de la encuesta más reciente, está fuera de toda duda que la presencia de este partido en las instituciones autonómicas y estatales será, en cualquier caso, decisiva.
Los funerales de la vieja política, aunque se celebren en campo abierto, que diría Azaña, obligarán a que todo el cortejo fúnebre se tape la nariz.