Mire, señor presidente, de poco sirve a estas alturas que siga teniendo fieles e infatigables aduladores en los medios. Poco consuelo es conformarse con su reacción fulminante ante la regularización que hizo de su fortuna Maese Villa, porque con el ex legendario sindicalista llegó el escándalo, pero los casos de corrupción no terminan ahí y el goteo continúa, goteo que tiene que ser para usted una tremenda tortura.
Mire, señor presidente, no se entiende bien que usted se pronuncie en Madrid con claridad acerca de la ética y la estética en política, mientras en esta tierra se va conociendo que la empresa de la que es accionista doña Esther Díaz, vino haciendo obras para la Administración llariega. Se anuncia que la todavía consejera de Bienestar Social comparecerá el lunes en el Parlamentín, pero eso no es óbice para que usted intervenga, explicando sus planes, es decir, si le va a pedir que dimita o si la ratifica en su puesto. En todo caso, su silencio, don Javier, se está haciendo largo.
Le aseguro, señor presidente, que me duele –y no poco– la agonía política en la que están inmersos su Gobierno y usted, entre otras razones, porque eso da cuenta del declive de esta tierra no sólo en lo económico, sino también en un estado de ánimo colectivo que no deja de sufrir mazazos y que sólo espera que esta pesadilla termine cuanto antes. Tiene que resultar muy desquiciante y desolador esgrimir un discurso inequívoco contra la corrupción y la desigualdad al tiempo que se comprueba cada día que esa prédica no sólo no se traduce en hechos, sino que éstos la contradicen casi cotidianamente.
De todo cuanto viene aconteciendo en la vida pública asturiana desde el caso de Maese Villa a esta parte, don Javier, lo que resulta más difícil de comprender es que, siendo de conocimiento público, al menos eso dice doña Esther, su participación accionarial en la empresa de su marido, usted no haya intervenido conminando a que esa situación se corrigiese, y no ya porque fuese o no legal, materia en la que no puedo entrar, sino porque colisiona de lleno con el discurso que usted viene defendiendo.
No sé cuántos petardazos más tendremos que soportar de aquí a la celebración de las próximas elecciones autonómicas y autonómicas que ya llaman a la puerta. De lo que estoy persuadido, señor presidente, es que esta agónica deriva tiene muy difícil arreglo, y que no va a ser en modo alguno fácil que usted pueda corregirla.
Tiene que resultar muy doloroso para usted que, en contra de lo que viene proclamando, los datos certifiquen que la desigualdad en Asturias va a más. Tiene que resultar muy frustrante para usted que los escándalos en la vida pública estallen casi cotidianamente. Tiene que resultar muy angustioso para usted que le sea tan difícil lograr apoyos parlamentarios para aprobar los presupuestos. Tiene que resultar muy traumático para usted que la desafección ciudadana hacia los políticos y sus instituciones no haga más que incrementarse.
Atrincherado en la vieja política, con la única satisfacción de oír sus propios ecos de parte de sus mariachis mediáticos, usted es la agonía política en estado puro, don Javier.
Vieja política, digo. Familia (la de la FSA), municipio (escándalos en ayuntamientos a resultas, entre otras cosas, de acuerdos con empresas relacionadas con el suministro de agua a la ciudadanía). Y –¿cómo no?–, sindicato, donde se demuestra claramente que lo primero es la familia.
Sobre tan lacerantes y puntiagudas bayonetas se asienta la política oficial de la Asturias de hoy. ¡Ay, don Javier!