«Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido: sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso». Unamuno.
Tormentas de corta duración, pero manifiestamente intensas. Asturias amaneció el 13 de junio anunciando tempestades. De hecho, ya se habían venido produciendo en las jornadas anteriores tras los continuos desencuentros acaecidos en Gijón. Tanto fue así que el candidato socialista en la ciudad de Jovellanos perdió los papeles de forma alarmante. Tanto fue así que cada reunión era un fracaso más sonoro y sonado que el anterior. Tras todo ello, la resolución de la FSA prohibiendo expresamente a su candidato en Oviedo el apoyo a la lista de Somos. O todo o nada. La ciudadanía de Oviedo tenía que cargar con las consecuencias de la falta de acuerdo en Gijón.
Llegué a Vetusta a la hora taurina. Antes del Pleno, tomé un café con Roberto Sánchez Ramos, que me manifestó la impotencia que sentía ante la imposibilidad de que se pudiese plasmar lo que habían acordado Somos, PSOE e IU en la capital asturiana. Como se sabe, las tornas cambiaron con un pacto de ultimísima hora que trajo como consecuencia el fin del gabinismo, de un gabinismo que había durado 24 años. O sea, todo un cambio histórico en Oviedo.
Tormentas, digo. A mediodía teníamos constancia de los enormes cambios que se habían plasmado en ciudades como Madrid y Barcelona. Pero, ¡ay!, daba la impresión de que esta tierra no tenía sintonizado el reloj con el resto del país.
Tormentas y aguaceros, inundaciones, granizo. El cielo no podía ni quería esperar por las colisiones anunciadas. Cabreos mayúsculos, como ocurrió en Gijón, así como pactos sobre el papel muy inesperados, tal y como sucedió en Cangas del Narcea.
Y, miren, tengo para mí que, sin negar la aplastante mayoría lograda por el PSOE en Asturias en el ámbito municipal, la FSA se encuentra noqueada tras lo sucedido en Oviedo.
Reparemos en una obviedad, la que da cuenta de las enormes capas que tiene lo aparente. Sobre el papel, tener la Alcaldía de Oviedo tendría que ser una importante victoria política para el PSOE. Sin embargo, sin ánimo de aguar la fiesta a los prebostes llariegos de este partido, estoy convencido de que significa todo lo contrario. En primer término, porque ello se logró no sólo sin la ayuda de la FSA, sino, sobre todo, a su pesar. En segundo término, no perdamos de vista que el candidato socialista en la capital no es persona del aparato, sino que consiguió estar ahí tras haber peleado por la secretaría general de la AMSO sin el apoyo oficial de sus mandamases.
En el mismo orden de cosas, el candidato socialista de Gijón sí que tenía y tiene todas las bendiciones de la cúpula de la FSA. Y, a propósito de Gijón, parece estar fuera de toda duda que al PSOE le supone un disgusto mayúsculo perder la Alcaldía, lo que es de todo punto lógico. Sin embargo, cuesta entender que Oviedo siga siendo para este partido una ciudad en la que no parecen encontrar sitio políticamente hablando, como si les resultase más ajena. Desde luego, con un Alfredo Carreño al frente nunca hubiesen recuperado la Alcaldía de la capital.
Tronó en una Asturias que no estaba para tirar los cohetes resultantes de un importante cambio político que se estaba produciendo en España. Pero, al final, se lanzaron gracias a lo que tuvo lugar en Oviedo.
Tormentas llariegas. La Asturias oficial necesita un curso acelerado que le lleve a conocer y a discernir claramente entre nueva y vieja política, que no sólo se dirime entre partidos tradicionales y emergentes, sino que también se libra y se ventila esa dialéctica en el seno de los partidos de siempre, incluido el PSOE.
‘No se pasa de lo posible a lo real, sino de lo imposible a lo verdadero’, escribió María Zambrano. Tome nota, don Javier. Tome nota, don Jesús.